Hay dos maneras de irse de los sitios y de los cargos. O irse elegantemente, o irse de otra manera. Y sobre esto, podríamos echar un vistazo a la biografía de Santa Rafaela María, santa a quien se tiene dedicada una calle en Jerez, junto al Colegio de Las Esclavas. ¿Conocen ustedes su historia?
Rafaela Porras y Ayllón nació el 1 de marzo de 1850 en Pedro Abad, pueblo cordobés. Era hija del alcalde Ildefonso Porras y de Rafaela Ayllón Castillo, y tenía once hermanos y una hermana. En 1854 murió su padre en una epidemia de cólera. En 1869 murió su madre, y en 1874 ella y su hermana Dolores se retiraron al convento de clarisas de Córdoba para meditar sobre su vocación religiosa. Al año siguiente ingresó en la congregación de las Hermanas de María Reparadora, donde tomó el nombre de Rafaela María del Sagrado Corazón, pero cuando la congregación se trasladó a Sevilla, las dos hermanas se quedaron en Córdoba, donde con la ayuda del obispo Zeferino González, fundaron el Instituto de Adoratrices del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada, origen de la congregación a la que dedicaron el resto de sus vidas.
Poco tiempo después de la fundación se trasladó con otras dieciséis religiosas a Andújar y después a Madrid, donde se les concedió la aprobación diocesana en 1877. Posteriormente, en 1887, el Papa León XIII aprobó la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, y ya entonces eran tantas eran las virtudes de que hacía gala la hermana Rafaela María, que llegó a ser conocida como “la humildad hecha carne”».
Esta congregación empezó a crecer con nuevas fundaciones: Córdoba (1880), Jerez de la Frontera (1883), Zaragoza (1885), Bilbao (1886), Cádiz (1890) y Roma (1892). Rafaela fue nombrada superiora de la congregación en 1887, aunque dejó el cargo en 1893 a causa de disensiones dentro de la institución, siendo nombrada superiora poco después su hermana Dolores. Por este motivo, con tan sólo 43 años, y relegada de todo cargo, se retiró a Roma, donde pasó los últimos treinta años de su vida en el olvido, cosiendo y rezando, como aún cuentan las sucesoras en el convento.
Como curiosidad, se conservan todavía las cartas que Rafaela María siguió cruzando con su hermana hasta su fallecimiento, y en ellas -puede comprobarse- no existe ni una sola queja, ni una sola referencia, al cese de su presencia en la orden como superiora, a pesar de haber sido ella la que la fundó.
¡Ay, Señor… cuánto deberíamos aprender de Santa Rafaela María!
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