Superada la ya perdida batalla sobre las fechas o no fechas de la súper Navidad jerezana y puesta en marcha la maquinaria que -generalmente cada fin de semana- llena las calles del centro de propios y sobre todo de foráneos que vienen a disfrutar de la genuina zambomba de Jerez, toca de nuevo el momento de volver a plantearnos qué es lo que estamos vendiendo a los que cada diciembre -ahora también en noviembre- convierten nuestra ciudad en un referente nacional.
Obviamente, la Navidad intima y acompasada que conocimos hace décadas, ya no existe salvo en muy contadas excepciones. Obviamente, aquellas zambombas de antaño se perdieron mientras crecía este fenómeno de ahora que también se llama zambomba pero que no tiene nada que ver con aquel. Y obviamente, aquella profusión de letras que cada año iban apareciendo y colándose en nosotros hasta llegar a formar parte de nuestro acervo más particular, fueron dando paso por mil razones distintas a un minúsculo reducto de letritas de villancicos que son las que ahora suenan por todas partes, hasta crear un submundo absurdo en el que letras como ‘Los Segadores’, ‘Al pasar por Casablanca’ o ‘La Madre Abadesa’, llegan incluso a provocar aburrimiento entre todos los que escuchan al selecto grupo de entendidos que cantan o intentan escuchar, estas auténticas reliquias del folclore español.
Ahora es la época del descompás. Todo se resume en un ‘Currí Curri’ ordinario o en un ‘Tiene que tiene, tiene’ que ha pasado en tres días de ser un villancico precioso a una invitación directa a pegar botecitos mientras suenan las cajas y panderetas y en muy raras ocasiones también las zambombas.
Al igual que la palabra ‘soniquete’ no sólo define en Jerez una manera de llevar el compás, sino que señala una manera particular de hacer y sobre todo de vivir las cosas, la palabra descompás no solo define una absoluta falta de ritmo, sino que marca una manera de ser y estar en este mundo ‘zambombero’ de finales de cada año, absolutamente alejada de lo que debiera ser. Es algo así como estar en Jerez pero sin impregnarse de nada de lo de Jerez. Estar pero no asumir. Participar pero desde una órbita extraña que no tiene nada que ver con nosotros. Una inmensa ‘despedida de soltera’, vamos.
Esa es la clave de todo. El ‘quid’ de la cuestión. La piedra filosofal de la zambomba de Jerez. Que venga quien quiera y que convierta la ciudad en lo que le de la gana, mientras nosotros seguimos a lo nuestro, igual que hemos hecho siempre: lamentándonos de que las cosas sean como son, en vez de plantear una férrea defensa de lo que tenemos. Nuestra vida misma. La historia de siempre repetida en tantas y tantas cosas… durante tantos y tantos años… o siglos.
Ahora le toca al compás. Esa seña de identidad que una vez nos hizo grandes y que ahora tenemos olvidada… y lo que es peor, teniendo que escuchar encima por parte de casi todos, que lo que ahora hay es la gran fiesta moderna por antonomasia de esta ciudad.
¿Perdona?
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