''A mi padre...'' por Antonio Moure

Se ha marchado de este mundo un marido, un padre, un abuelo bueno, muy bueno en el sentido más puro de la palabra. Un trabajador incansable, honesto, un hombre con un afán desmedido por aprender cosas. Pudo pasar por esta vida con mucha más notoriedad de lo que lo hizo pero en su forma de ser nunca se articuló un modo de estar y ser más alto que el dintel de hierro de la entrada a nuestra casita de Picadueñas.

Su sangre gallega bien le corría por las venas, le asomaba por su apellido y se mostraba en su bondad y nobleza a manos llenas y también en ese pronto tan de los aldeanos de la tierra de las meigas que, al final, en honor a la verdad, siempre quedaba en nada.

Gallega de una aldea de Padrón en Santiago de Compostela su familia, se vino a nacer a ese otro Santiago, Arco del duende, donde, entre otras muchas cosas, veneró la imagen de Jesús del Prendimiento, la única que sus hijos siempre vimos presidir el cabecero de su cama escoltado por dos angelitos de escayola.

La vida no es fácil. Algunas veces, más de las deseadas, lo vimos ahogarse en el insomnio de saberse a fin de mes a día uno y pasar más de una fatiga de esas que no se olvidan y dejan huella en el alma y la carne.

El fútbol fue una de sus pasiones y también la radio. Ambas se dieron la mano en Radio Popular para vivir una historia de amor que duró unos 40 años, se dice pronto. Fue, sin duda, otra parte muy importante de su vida.

Pero más allá de eso, nuestro padre quiso mucho y bien. Quiso a mi madre con locura, a sus nietos, a sus nueras, a sus hermanos y a sus hijos con auténtica devoción. Se quitó de vivir para que nosotros creciéramos con la posibilidad de ser hombres de provecho y lo hizo a base de trabajo y más trabajo y más trabajo... Y nunca se quejó por ello, nunca. No fue severo en la queja ante nuestras malas notas ni adulador en nuestros progresos académicos pero sé, estoy seguro, que aquellos tres jóvenes universitarios lo llenaron de satisfacción y orgullo.

Durante estos seis años largos de enfermedad, hemos sido testigos de cómo volvía a ser niño y de cómo, poco a poco, se iba dejando por las esquinas del tiempo el hombre que fue. Ha sido muy doloroso ser testigo de esta calle de la amargura que ha tenido que atravesar y en la que le hemos acompañado lo mejor que hemos podido y sabido hacerlo.

Hace unos días nuestro padre nos dejó, ungida de besos su frente, inundada de lágrimas y recuerdos. Se nos fue, de tan cansado, trasminando primaveras eternas por cada poro de su piel. Llegará el día cierto en el que volveremos todos a reunirnos con él. Hasta que llegue ese momento, duerme papá, duerme y descansa en paz en la Gloria de Dios Padre.