''Carlos Orellana, y su azul sin fronteras'' por Álvaro Ojeda

Y se ha marchado mi entrañable Carlos Orellena, uno de esos hermanos mayores que salían por la radio cuando yo era un niño. Uno de esos hermanos mayores que forman parte de mi universo nostálgico de aquella Semana Santa que se me fue y que nunca volverá. 

Te has marchado Carlitos, dejándome para siempre clavada en mi recuerdo tu eterna sonrisa cada vez que me veías, porque tú sabías entenderme y respetarme, con mis locuras y mis 'majareturas'; tú me tenías cariño y yo... te lo tenía a ti. Mucho.

Eras un buen tío, un buen cofrade, un pedazo de padre y un espectacular abuelo. Eras de esos cofrades que tiraron de las cofradías cuando hubo que despegar hasta esta nueva era del postureo que tantas cosas buenas y malas nos ha traido.

Y para que tu familia gane un Ángel de la Guarda, nosotros tendremos que acostumbrarnos a tus ausencias en la calle Naranjas, en Bizcocheros y en las Angustias... o en mi caso en tu palco, donde eras de los pocos a los que saludaba cuando iba de nazareno con mi cofradía. Y es que este año, saludaré a tu mujer y lanzaré un beso al Cielo, porque qué menos que después de tantos años acostumbrados a ese breve instante, sigamos manteniéndolo aunque la distancia nos separe.

Sé feliz Carlos; añoraré tu saludo maridado con esa sonrisa bonachona. Y una cosa más: un recuerdo al primer pregón que fuí, en el que estaba sentado muy cerca tuya, y Enrique Víctor remató su obra de esta forma, mientras tú te levantabas de tu asiendo llorando y aplaudiendo: ''Llevadme ante la Amargura, que aunque mi carne este muerta,   de azul y blanco vestido, cuando traspase sus puertas, gritaré por mis despojos, desde un azul sin fronteras,    bendita siempre Amargura, en los cielos en la tierra''.