''Con ojos forasteros'' por Alberto Espinosa

24/10/17 Cofrademanía Alberto Espinosa

A veces, viene bien que alguien de fuera te preste su mirada para que uno pueda saborear y valorar el reflejo de lo que tenemos dentro. Es complicado hacerlo porque la zona de confort se nutre de conformismos y miedos al qué dirán, pero cuando uno se despoja de estos tabúes, puede regresar a casa con el cansancio en las piernas y el orgullo henchido en el pecho. Y yo, a lo largo de este fin de semana, he llamado al sueño cansado y orgulloso de mi tierra, esa que a veces se olvida de quererse cuando se cierran las fronteras de su reino.

Gracias al 'Besamanos Magno', y a la cantidad de huellas foráneas que nos han visitado, me he dado cuenta de que las cofradías de Jerez son grandes. Y lo son sus mayordomos, sus vestidores, sus camareras… la gente anónima que quieren y aman a la Madre de Dios por encima de todas las cosas, anteponiendo sus dolores, su tiempo y su familia a estar un ratito con su Virgen, y que viven alejada de este mundo de dimes y diretes que entre unos cuantos convertimos -de pleno en pleno-, en circo de la fe.

Son las gentes sencillas de las hermandades, las que abren y cierran las puertas, las que se saben el nombre de los devotos de memoria, las que este fin de semana han estado al pie del cañón junto a sus imágenes para que sus imágenes fueran el mejor recuerdo posible de este fin de semana. Las calles del centro eran una 'cuaresma otoñal', salpicada de calores de verano. Las puertas de las iglesias cumplían ese mandato que dice aquello de “si dos estáis reunidos en mi nombre, allí estaré yo”. Y la chiquillería, con el sello de sus prisas e ilusiones en la mano, fueron y son el mejor legado que como cofrades podemos dejarle a esta ciudad, aunque a veces esta ciudad nos dé la espalda.

Esta vez el Consejo sí ha estado a la altura de lo esperado, sobre todo porque ha hecho algo tan simple como hacer partícipe a todo el orbe cofrade de algo grande; que tomen nota para la próxima vez antes de enarbolar batallas por su cuenta. Esta vez las cofradías que quisieron participar sí han estado a la altura de lo esperado; las que no, ellas purgarán su culpa cuando nadie las nombre entre sus recuerdos.

Y esta vez los cofrades jerezanos sí podemos sentirnos orgullosos de lo vivido, de lo mostrado y de lo compartido; ha sido un buen comienzo para sanar algunas heridas. Se puede querer de muchas formas a la Virgen, fin y principio de todo esto que nos une, nos enrabia y nos hace llorar a más de uno, pero qué forma más bonita ha tenido la propia Virgen María de calmar las aguas de nuestras soberbias, de susurrarnos su nombre en un rosario de advocaciones y de volver sus ojos misericordiosos sobre nuestros renglones torcidos por medio de miradas foráneas.

Benditos ojos forasteros. 

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