Crónica de Romería, de Nuestra Señora de la Cabeza

07/05/17 Cofrademanía Juan Pedro Vega Gil

Cuando el día 28 de abril guardaba mis maletas en el autobús de Piñero (piña para el pequeño José Antonio), no podía imaginar las cicatrices que “La Romería”  dejaría en mi alma; por primera vez en mi vida me disponía a asistir a un evento, el cual, supongo que desde mi ignorancia, había declarado no apto para mi devoción católica. 

Ya de mañana, y después de haber orado ante nuestra Virgen, en nuestro barrio de Picadueñas, y antes de nuestra parada para el desayuno, la voz del pequeño José Antonio llegaba como si del mismo Ángel Gabriel se tratara, cantando el estribillo del himno de la Morenita. Me hacía presagiar que esto iba a ser diferente. Además, estaba lloviendo, lo que a mis compañeros romeros no les gustaba nada, pero a mí me indicaba que algo grande pasaría, ya que en mi vida, todas las vivencias importante han sido bendecidas con el agua. Al día siguiente ¿llovía? Pues no lo recuerdo. Era “La presentación de mi fraternidad” ante la Morenita y ante otras hermandades; solo llegar al Santuario y mirar a nuestra Madre, un nudo en la garganta se apoderó de mí, y en ese momento creía que sería incapaz de articular las palabras que con tanto cariño había preparado, Estaba allí, ante nuestra Madre, una Madre que sabe lo que sus hijos necesitan, una Madre que desde el nombramiento como hermano mayor, no ha parado de abrirme puertas en mi vida. “Madre mía, como me ha cambiado mi vida desde que te vi en Ootubre, y hasta ahora” . Increíble cómo me ha cuidado ese 'chocolatín del Cielo'.

Solo pensar eso, hizo que un río de lágrimas asomase desde mis ojos y no encontrara fin. Era incapaz de articular palabra, y los favores alcanzados por la intercesión de la  Virgen me hacían recordar las dificultades que en el camino hacia Ella había tenido en mi vida, pero una vez más parece que la Virgen quiso escuchar las palabras que llevaba preparadas y sin saber el por qué, entré en la presentación de la Hermandad de Palma del Río, lo que dio el tiempo necesario para templar mis emociones y poder presentar a la Fraternidad Mercedaria, como se merece, con pasión, orgullo y sentimiento. ¿Llovía? No lo recuerdo. Solo recuerdo ese ramillete de personas que componían la Fraternidad Mercedaria de Jerez de la Frontera, compartir, convivir y sentir cada uno de los momentos que teníamos para estar juntos. Jóvenes y menos jóvenes, hombres y mujeres, de cualquier punto de Jerez y Villa de Rota, de cualquier condición, pero todos unidos por y para nuestra Madre, veníamos a su casa, de visita con promesas, con ruegos, con súplicas, pero en estos momentos con una sonrisa en la cara con un buen gesto siempre para con el hermano. Esto me hizo sentir que estábamos en familia, y descubrí que todos tenían alguna espina clavada en ese camino, igual que yo. No estaba sólo, estaba con ellos como uno más. ¿Llovía? No lo recuerdo.

Sobre las cinco y media de la tarde, mis obligaciones como hermano mayor, me hacían representar a mi Fraternidad en la presentación ante la Virgen de la Hermandad de Supervivientes, una hermandad compuesta por los familiares de aquellos últimos supervivientes que quedaron con vida, después del asedio al Santuario en 1936. Mi amigo y hermano “Sandy” me había delegado  esa representación mientras él iba a representar de la misma forma en la Hermandad de Sevilla, ¿por qué?... Una vez allí y terminado el primer acto, vino ese momento inesperado: escoltados por la Guardia Civil, mi esposa y yo fuimos invitados a bajar a la cripta y orar ante la tumba del Capitán Cortés, líder de la defensa del Santuario. Ver las lágrimas de aquel señor más que octogenario y recordar lo que allí paso en  su corta niñez, fue un cúmulo de sentimientos que volvía a salir a borbotones en forma de lágrimas. ¿Llovía? No lo recuerdo. Nuestro director espiritual y gran amigo, mi querido Juan Carlos, nos hizo vivir una Eucaristía de lo más emotiva, y así nos lo manifestaron los integrantes de las distintas hermandades y cofradías con las que compartimos dicha celebración, Sevilla, Supervivientes, Herencia... como un torero fue de menos a más, se creció y nos regalo una homilía de las que hacen temblar las rodillas. Llegó a emocionarse con los recuerdos de los supervivientes, que nos arrastraron a seguirle en sus lágrimas a todos. Homilía de dos orejas y salida a hombros. En el mismo acto se le entregó a los Supervivientes de nuestra historia, las medallas de nuestra fraternidad, como acto de hermanamiento, y a nuestra hermana Toñi, ya que era la única hermana que no la poseía. ¿Llovía? No lo recuerdo.

Después de ratos, de convivencia entre hermanos, donde alternábamos, los cantes y bailes con las confesiones de nuestras vidas y desnudamos el alma, llego el momento del Rosario a Nuestra Madre. Otra vez, casi todos fuimos a rezar a nuestra Madre, bajo un manto de estrellas, y en plena Sierra Morena, cada misterio gozoso se dejaba caer por la gélida noche, tocando nuestro corazón, dejando entrever que se acercaba el gran día. Sin dejar pasar la magia del momento, Sandy me invitó en esa madrugada a visitar a la Morenita en su Camarín, preciosa, sin apenas gentes por la hora y por las bajas temperaturas. Pudimos estar y saborear los momentos de intimidad con nuestra Madre bendita, musitarle oraciones y mil gracias, que tenía pendiente de darlas. 

Bajamos por el camino de la carretera, y como un niño pequeño, con el brillo en los ojos del niño que va a descubrir algo, mi gran amigo me enseñó una Virgen que se aparecía como esculpida entre dos piedras, y que muy poca personas conocen. Llenos hasta arriba de María Santísima, fuimos a compartir y convivir con nuestra gente. ¿Llovía? No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es un ondear de banderas al viento, tantas, que recordaba a aquel cuadro de Velázquez en Flandes; de trajes de corto, de mujeres engalanadas, de insignias y varas relucientes, de caballos,  de carretas,  de devotos por todo un cerro, ¡QUE DIA MAS GRANDE! La Morenita, quería salir a la calle, a pasear por las casas de su barrio. ¡QUE DIA MÁS GRANDE! 

Y allí estábamos nosotros con nuestro Simpecado, orgullosos de una tradición que estábamos labrando poco a poco; salir en procesión ante ese repicar inagotable de campanas que anuncian sin cesar que nuestra Madre ha salido a nuestro encuentro, campanas que suenan como el latido de mi corazón, al mismo ritmo, a ritmo de Sevillanas del Chocolatín del Cielo, que cantado por mi gente hacia que el pueblo de Andújar quedase maravillado de esa Fraternidad Jerezana. ¡QUE DIA MAS GRADE! 

Fue entonces, como una tormenta, cuando fui arrastrado del brazo y bajo la promesa de Sandy de que volvería a vivir una experiencia inenarrable, me encontraba bajo las andas de Nuestra Madre del Cielo. No sé ni cómo ocurrió, aunque creía estar ante millones de personas, no escuchaba nada, solo silencio, nadie me tocó, solo me dejé llevar; parecía estar solo con Ella, porque Ella lo quiso así; ser portador de la Gloria del Sagrario más divino, de la Reina de los Cielos, de la Reina de Sierra Morena, de la que me ayudaba día a día, ¿por qué a mí y de esta manera?… Gracias Madre le decía. Hasta que Ella quiso. Después, y sin saber por qué, ya estaba fuera de Ella, y de nuevo el ruido, la gente, el tumulto y un abrazo compartido entre todos los que la portamos. Nos fundimos entre llantos de emoción contenida y de silencio pensativo, cada cuál sabe el por qué. ¿Llovía? No lo recuerdo. 

Sólo nos quedaba cantar para dar las gracias, entre sevillanas, y fandangos de Huelva, y por natural, pasó la noche entre brindis y vino lento, entre abrazos y besos. Nunca recordaré si llovió, porque si lo hizo, tenía el paraguas de la fe, y nunca recordaré si hizo frío, porque si lo hizo, tenía el abrigo de mi gente. No sé cuantos cientos de miles de personas había en la Romería, y conocí a mucha gente,  más de las que pude imaginar. Conocía a treinta corazones que habían venido conmigo desde Jerez, y no los conocía.

Quizás habrá otras ROMERIAS, pero ésta siempre será LA ROMERIA. ¡VIVA LA VIRGEN DE LA CABEZA!

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