Con mi ropa en una bolsa
salí dispuesto de nuevo a encontrarme,
un año más como otros tantos,
con quienes suelo confesarme
en la intimidad de una capilla,
entre padrenuestros, ave marías y salves.
Cuando llego, en el patio aún no hay nadie,
salvoconducto me piden en la entrada,
la caña y el pabilo son mis guardianes
mientras pregunto quien tiene la llave
de una puerta que anhelo de cruzar cuanto antes
y, un año más, renovar con mis retales
el compromiso que la ausencia
me hizo ver que, sin ellos, no soy nadie.
Como siempre, una vez abierta la puerta,
al cruzarla no puedo resistir emocionarme.
"Este año llegas tarde".
Lo sé, perdóname Padre,
pero me he encontrado contigo por el camino
y no me he podido resistir a contemplarte,
rezando en el Huerto de los Olivos,
antes de que Marquillo empiece a 'jalarte'.
¿No hay por ahí una tijera
con la que poder cortar esa cuerda
con la que del cuello vas a tirarle?
Le lancé, sabiendo que estaba solo,
la pregunta al aire.
"Tranquilo hijo,
que ya le tiraron una vez del paso
y con eso hay bastante"
me responde una voz interior
mientras, con una escalera,
uno a uno voy encendiendo los codales
que hoy le darán luz a los altares
sobre los que, juntos a ellos,
hacemos 'los de Jesús'
demostración pública de fe,
para decir que somos de ellos
y que, como ellos, nadie.
Una vez encendida la última cera,
me encuentro entre calles
a Juanillo señalando a la Madre.
“Después de Él a Ella”
con su dedo parece indicarme,
consciente de que esta noche
será quien le señalará por delante
que a su Hijo lo llevan al sitio
donde expirará esa misma tarde.
Obedeciendo al mensaje,
un ave maría comienzo a rezarle
antes de prender las ‘marías’
que iluminarán su cara
y después los codales,
para terminar con una candelería
que lleva en cada llama una oración,
en cada candelabro una plegaria
y en cada pabilo un rezo y una salve.
Ante Ella el alma se me hace girones,
todavía no ha empezado la noche
y ya llevo la mochila cargada de emociones.
El reloj me recuerda que poco falta
para que se abran las puertas,
que hace un rato fueron las tres
y que ya deben ser casi y veinte.
Su sonido me avisó,
como lo hace cada Noche de Jesús,
de que ha llegado el momento,
que es el día y que es la hora,
pero cuando se abrió la puerta
seguía sin haber nadie,
incrédulo me froté los ojos
y lo morado se convirtió en negro
y mis retales no eran más que una sábana,
y la capilla era un dormitorio.
Fue cuando me di cuenta
que todo había sido un sueño
porque este año no podrá ser,
porque esta Noche era diferente
y toca quedarse en casa,
pero qué bonito fue soñar,
sin que nadie te moleste,
como si nada hubiera pasado,
como si no estuviéramos confinados,
como si todo fuera como siempre,
como si todo fuera como debe,
como yo soñé anoche,
que iba de nuevo a verles.
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