Crónica Íntima: Chirridos

El reloj de la nostalgia tiene un tic tac muy particular, que empieza a sonar desde el mismo día en el que el gozo se inicia. Es un sonido que tiene marchamo propio, y hasta denominación de origen. Su estridente resonar en nuestros oídos, nos pasa inadvertido al principio, cuando las mañanas de coches por el centro, dejan paso a tardes de tambor y capirotes... pero a medida que pasan los días, y empezamos a presentir el final, se va acrecentando en nosotros hasta llegar a convertirse en odioso compañero del día a día, sobe todo, cuando después de las lluvias y los nublados, llegan días de calor, que recrudecen este desafinado compás en la ciudad. 

Es el maullido de la cera sobre los adoquines y los asfaltos. El inconfundible mensaje sonoro que anuncia, cual trovador de mala baba, que se ha terminado la Semana Santa. Estridencia en estado puro, que nos habla de cirios que ardieron; de costaleros que pasaron; de carritos que hicieron el agosto en mitad de abril, o de gentes que caminaron de aquí para allá, buscando el refugio de una nueva cofradía.

Pregón de las despedidas tristes después de los días grandes. Vocero de las noches sin mucho que hacer... o anuncio de un vacío complicado de llenar.

Y todo, por culpa de los nazarenos de Jerez, constructores de un interminable goteo de lágrimas ardientes derramadas delante de Cristo, y al lado de María... quién sabe por qué, o por cuántas escondidas razones de todo tipo. ¿Qué pueden llegar a significar esas gotas aún visibles en el suelo que poco a poco van perdiendo el color que algún día tuvieron, mientras resbalaban por los aires de una noche de Pasión? ¿Quizás el pago de alguna promesa? ¿Quizás una experiencia anhelada por vez primera? ¿Quizás un regreso a la tierra de la familia, o a la túnica de los que ya no están?

No lo sabemos. Lo único que tenemos claro, es que en estos días de nuevos soles, seguimos oyendo neumáticos derrapando al otro lado de las ventanas, y esa es la señal inconfundible de que la vida del cofrade vuelve a renacer mientras Cristo resucita junto a los ocasos, escoltado por una auténtica sinfonía de chirridos.