En este año tan particular, -por no decir otra cosa- y tan lleno de cosas particulares vinculadas a la devoción rociera, desconozco cuántas acciones se habrán vivido en tantos rincones del mundo para celebrar la festividad de Pentecostés, e igualmente desconozco si las mismas habrán sido de calado, o más llenas de intimidad. Da igual. Cada uno ha pasado esta nueva romería sin romería como ha podido, y eso es lo realmente importante y testimonial.
Pero aún así, toca felicitar muy pero que muy efusivamente a la Hermandad del Rocío de Jerez, por el regalo que este domingo nos hizo a todos los rocieros de la ciudad. Un regalo con forma de Eucaristía de Pentecostés, que no se olvidará nunca, por todo lo que nos supuso, por cómo se preparó y se organizó, y por cómo fue capaz de aunar las miles de realidades diferentes que dan forma a la particular manera de entender la devoción a la Virgen que todos llevamos dentro, sin abandonar nunca ni un ápice el sentido primero de toda celebración religiosa que tiene al Santísimo como máximo exponente.
Se podrán organizar cosas mejores, pero con más cariño, talento, y solera... complicado.
A las seis estábamos citados en el coso de la calle Circo. Poco después empezó el rezo del Santo Rosario, y ya a esas alturas, nos habíamos dado cuenta de por qué Jerez es nombre respetado en medio mundo, para envidia del otro medio. Los carros de la hermandad escoltando al Simpecado, no eran un atrezzo de película cara. No. Eran el fiel reflejo del trabajazo que se ha tenido que hacer para que todo estuviese en su sitio. Delante, el altar. Camperamente majestuoso. Detrás, las dos carretas que cruzaron el Coto con Jerez antes que la actual... para lágrimas de los más mayores que estaban allí. ¿Cómo olvidar las de Lolo Bernal y Petri?
Arriba, a los lados, echándole casta al viento, los estandartes marianos de las hermandades sostenidos entre tansas y alambres, perfectamente escoltados por una cuadrilla improvisada de voluntarios que veleban porque nada saliese mal... y hablando de voluntarios, cientos de ellos más dispuestos a no faltar para lo que fuese pasando, desde el acomodo de todos en el ruedo y en la grada, hasta el acompañamiento de umbelas allá donde viajaba un cáiz a la hora de la comunión.
De fondo a todo, el coro -complicada labor la suya con tantísimo viento- y los sacerdotes concelebrando, fray Felipe, guardián mercedario, don Manuel Lozano, mayordomo catedralicio, don Juan Jacinto, párroco de Fátima, o don Luis Piñero, delegado de liturgia de la diócesis. Delante, los hermanos mayores de las cofrdadías de Jerez, los mayores de la hermandad, los ex hermanos mayores y pregoneros del Rocío, los invitados de Arcos, Sanlúcar, el Cuervo... y las miles de almas rocieras que desde las peñas rocieras jerezanas o desde la soledad de los devotos que sólo son rocieros y no romeros -todavía- abarrotaban las más de tres mil plazas que componían el aforo de la plaza.
Hasta sonó la plegaria de Pentecostés -Veni Creator- antes del Evangelio, culminando un cuidadoso esmero absolutamente impecable y lleno de sentido.
Y es que pocas cosas en Jerez -poquísimas- se han hecho alguna vez con tantísima categoría. Realmente sobrecogedor. Sin palabras incluso, a pesar de lo extenso de esta crónica.
Y es que si me permiten la expresión, ha valido la pena no ir al Rocío este año, porque este año ha sido la Virgen, la que ha venido hasta nosotros, y eso ha sido por obra y gracia de la Hermandad del Rocío de Jerez, a la que reitero mi agradecimiento más intenso, aunque se queda en muy poca cosa un simple gracias, después de todo lo que nos han dado.
Inolvidable.
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