Cuando el 15 de octubre se vistió de Miércoles Santo

La Hermandad del Prendimiento ya está en Santiago. Ya lo estaba, de hecho, desde que el templo abrió sus puertas en julio. Pero ahora ya es oficial, una vez que el día de Santa Teresa de Jesús dio paso a todo lo que estaba anunciado. Y tal como se anunció se cumplió, o al menos ese es el resumen que podemos hacer a todo lo vivido.

Porque fue mucho, muchísimo, y además, casi todo bueno. Sólo un lunar, y además lo saben por la cofradía. Si se va a la Merced, hay que hacerlo con toda la solemnidad que la Patrona de la ciudad requiere. Si se va para que la puerta esté cerrada porque hay misa, no se debe ir. Se sabía que eso no iba a salir bien -por las apreturas del horario- y al final ocurrió lo temido. Pero todo lo demás sí. Todo lo demás fue maravilloso, y sirvió para vivir una jornada fabulosa, pero también, para exportar a los miles de visitantes que acudieron a Jerez, una Semana Santa que gracias al Prendimiento, exportó cosas muy buenas. Buenísimas. 

Porque a octubre le dio por vestirse de primavera, y al día 15 le dio por disfrazarse de Miércoles Santo. Además, un Miércoles Santo muy particular, que primero se enredó en los aires flamencos de la calle Cantarería, para luego rendir respetos solemnes a doña Teresa, madre de 'Moraíto', luego buscar por el barrio la salida natural hacia el centro de Jerez, y luego dibujar una recogida maravillosa, con un alto en la Victoria, de esos que se recordarán muchos años -con presencia incluida de la Soledad en la acera- antes de la llegada a una Plaza de Santiago, donde el plato fuerte de la noche lo pusieron las voces cantaoras que entonaron las plegarias al Señor y a la Virgen que ya pudimos disfrutar en julio, y el magnífico rezo en verso que llegó de la mano de Antoñito Gallardo. ¡Óle!

Ya está. No hizo falta más. Así se llegó al filo de las dos y cuarto de la madrugada, cuando el palio 'colorao' despedía por el Angostillo una noche increíble cargada de emociones, recuerdos, nostalgias, y esperanzas. Una noche para la historia, una más, que pudimos vivir gracias a un Cristo flamenquísimamente omnipotente, y a una dolorosa guapa de verdad, que supo llenar los aires de belleza y misericordia. 

Sólo faltaron los capirotes, pero a cambio, tuvimos luna llena. Maravilloso. ¿No?