Uno siempre parece estar viendo altos capirotes negros cuando entra en San Miguel, luz en penumbra, y divisa la estampa claroscura del Santo Crucifijo de la Salud.
Es el marchamo que la historia y los años dan a la hermandad que habita el templo del Árcángel, un marchamo que impregna cada una de las acciones de sus hermanos, durante todos los días del año.
Heredera de un pasado inmutable -eso es lo hermoso de estas cosas- así es como se ha sabido hacer del Silencio, un eterno compañero de viaje.
De ahí este altar.. y de ahí que así nos lo cuente, Fernando Morales.
