Ruido. Mucho ruido. En exceso. Demasiado...
...y al final de todo, la soledad. Al final de todo, las dudas entre la gente. Al final de todo, recelo y desconfianza sobre los sancionados. Sobre el inhabilitado. Sobre Manolín.
La explicación del obispo añade más leña al fuego. ''Valía personal y eclesial, fuera de toda duda.'' ¿Acaso las demás valías son más oscuras?
Se causa un tremendo daño moral sobre la persona. Daño sobre el trabajador que regenta un negocio abierto al público. Sobre un auténtico caballero jerezano. De los pocos que quedan.
Al final de todo, el hombre. Desnudo de cargos y de apellidos. Roto. Triste. Sin saber qué hacer. Sin ganas de nada. Abocado a un llanto desconsolado en su sacristía. Sin comprender el tamaño de la multa. El enorme ruido de la bronca. La desproporción...
Quien siempre sembró buen rollo, recoge como premio una puerta de atrás. Quien siempre gozó de respeto y cariño entre los suyos y entre los demás, acusado, sentenciado y ejecutado.
Malos tiempos. Mal ejemplo. Mal, todo.
A lo mejor es que estábamos acostumbrados a vivir al margen de la Norma y no lo sabíamos. A lo mejor esto es lo correcto. A lo mejor era necesario. El tiempo lo dirá.
Pero ¿dónde queda Manolín en medio de este señalamiento público?
Todo muy a contraestilo. ¿Por qué? ¿Lección ejemplar? ¿Cabeza de turco? ¿Aviso a los demás? Da igual. También da igual.
Lo único que importa es el padre al que sus hijas ven destrozado. El esposo que el día de autos no quería llegar a casa por no enseñar la carta del Obispado a su mujer. El amigo al que daba verguenza contar lo que le había pasado, con los ojos vidriosos.
Su Iglesia lo ha castigado. Esa mancha ya no se quita. Por mucho que dos años pasen pronto y él no tuviera pensamientos de seguir aspirando a nada.
Las hermandades no son una competición. No son un premio. Al revés. Son agujeros negros que todo lo devoran. A los buenos también. Pero las amamos incondicionalmente, porque son obras de Dios... y cuando Dios llama...
Al final de todo sólo queda eso. La hermandad. La que nos da y la que nos quita. Por la que sufrimos y en la que erramos. Mucho. A veces tanto, que la Iglesia nos lo recuerda en forma de carta.
Ojalá los ojos de la Esperanza sepan llevarnos al consuelo que a todos nos falta. El consuelo que tanto necesita ahora Manolín.
A Ella se lo pido. Se lo pedimos casi todos.
Un abrazo, hermano.
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