Que el Sábado de Pasión es una jornada condenada a perecer en el tiempo, es por todo el orbe cofrade sabido y aceptado, pero eso no es óbice para que mientras exista un nazareno de esta jornada con lumbre en el cirio de su papeleta de sitio, no podamos disfrutarla en su totalidad. Cosa que se antoja harto difícil, puesto que esta fecha en el calendario es la prueba inequívoca de que tenemos una ciudad grande, alargada, extensa,… tal y como algún día lo serán las seis hermandades que componen esta amalgama de quimeras y de barrios, y que no deberían de perder nunca la esencia de su alma, desoyendo si hiciera falta a los cantos de sirenas que se escuchan de vez en cuando desde el arroyo de los palcos.
Así, el estreno más notable se dio por el barrio de Picadueñas, donde una centena de túnicas de color hueso regresaron al frío mármol de casa con los dobladillos gastados de rezos, esos que se volvieron misioneros por el barrio de San Mateo. La zona sur volvió a adueñarse del centro por unas horas, ora para repartir Sed, ora para repartir Salud. Lo vivido en la calle Higueras junto a la talla de Fernando Aguado y la Agrupación Musical San Juan -junto al hacer de una cuadrilla de casta y coraje-, suena desde ya a detalle “cofrademania”; sabemos de alguno que desnudó unas cuantas lágrimas envueltas en fragilidades en aquel rincón de la ciudad.
Si lamentable fue lo que tuvo que vivir la Hermandad de la Sed en la zona de Cuatro Caminos al sentirse huérfana de policías en su caminar hacia el centro -un auténtico caos-, soberbio fue el detalle que nos regaló esta cofradía embrujada de rosarios cuando su portentoso Cristo garabateó su sombra ante la Iglesia de San Miguel; felicidades por este impagable regalo.
La pedanía de Guadalcacín se volvió a entregar un año más en la Plaza de la Artesanía, al Nazareno surgido de la gubia de Navarro Arteaga que, junto a los sones de la Agrupación Musical de la Sentencia, conforman uno de esos binomios que la tarde va maridando en el tiempo; al igual que se maridaron rezos en la Iglesia de la Victoria, esta vez para que los hermanos de la Salvación vieran cumplida su estación de penitencia un año más; seguid trabajando así, que vais por buen camino.
Con la caída de la noche el romanticismo apaciguó al viento juguetón de la tarde para amortajar las manillas de la espera de una hermandad que al verla, uno siente detenerse las prisas y nos hace ser partícipes en primera persona de lo que se vivió en torno al cuerpo ausente de vida de Jesucristo cuando manos de barro tuvieron que envolverlo en lienzos eternos; jamás el silencio fue más elegante.
Y así vivimos el Sábado de Pasión al que pronto -muy pronto-, todos echaremos de menos; disfrutémoslo mientras podamos.
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