''Domingo de Ramos, tierra prometida'' por Andrés Pérez

La luz, la vida, la algarabía, los nervios, los niños y sus madres, las túnicas, las palmas, las sonrisas, el azahar, los chasquidos de las sillas, el recuerdo feliz de los que ya no están… todo es posible y tiene cabida en la inmensidad del Domingo de Ramos.

Mañana de ajetreo y liturgia popular que nos conduce hasta los umbrales de esa tierra prometida llena de anhelos y deseos, donde el alma se asienta ante lo que ha de suceder en los próximos días. El tiempo ya no deshoja esperas, Jerez late al unísono porque sabe que Cristo Rey entra triunfal en nuestros corazones, y es ahí donde radica la grandeza de lo que celebramos hoy.

Este año saben ustedes, que las campanas y la algarabía de los primeros nazarenos por carrera oficial habrá que buscarlos en el añil del cielo, donde las nubes dibujan el rostro misericordioso de un Dios joven clavado en la cruz que olvida todos nuestros desprecios para regalarnos el Consuelo en estos tiempos difíciles y muy duros. No ondearán capas moradas junto al Señor de Pasión, ni habrá emoción en la Albarizuela ante el Cristo Coronado de Espinas, pero sí sonarán las saetas y las plegarias desde los balcones, porque sigue siendo domingo de palmas, esas que, agradecidas resuenan como un eco desde lo profundo del alma como acción de gracias por tanta gente generosa y buena.

El Domingo de Ramos no ha muerto, este año vive dentro de nosotros y sigue brillando con la misma intensidad. Busquen en el firmamento, cinco estrellas y en ellas, el rostro de María: Perpetuo Socorro, Angustia, Misericordia, Paz y Aflicción y la que al pie de la cruz, contempla con el hijo en brazos, el misterio más profundo de nuestra existencia.

Nadie dijo que el Domingo de Ramos fuera eterno, de hecho, sólo regresa cada primavera por unas horas, para luego marcharse despacito y sin hacer ruido, como las cosas de Dios. El mío muere cada año junto a María, porque en su regazo ningún final es amargo.

Hoy, cuando llegue la noche y todo esto haya pasado, miren al cielo y contemplen el rostro de la Virgen de las Angustias. Ella es esa tierra prometida, la nueva Jerusalén celestial donde el Domingo de Ramos vive eternamente.

¡Feliz, Domingo de Ramos!

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