El presidente Donald Trump celebró la festividad de la Inmaculada Concepción con un mensaje presidencial formal, otorgando prominencia nacional a una solemnidad católica rara vez reconocida desde la Casa Blanca. Si bien los presidentes han invocado a María en diversos contextos culturales o estacionales, ningún predecesor documentado, católico o no, había reconocido explícitamente la festividad del 8 de diciembre en una declaración oficial.
El mensaje se desarrolló como una meditación sobre el papel de María en la historia de la salvación y una apelación a la memoria religiosa de Estados Unidos. También contenía un error teológico sobre el momento de la Encarnación. Sin embargo, el simbolismo de un presidente en funciones elevando un misterio de fe claramente católico resultó más impactante que la propia imprecisión doctrinal.
Trump describió a María como una figura cuya fidelidad moldeó «el curso de la humanidad», recordando su consentimiento en la Anunciación como un acto de profunda trascendencia. Al invocar su humildad, valentía y disposición a aceptar la voluntad de Dios, presentó la escena bíblica no solo como un evento religioso, sino como una narrativa con una relevancia continua para la conciencia estadounidense. La declaración citó el Evangelio de Lucas e incluyó el texto del Ave María. El mensaje resaltó la presencia de la piedad mariana en el desarrollo de la nación, citando la consagración de la naciente república a la Virgen por el obispo John Carroll en el siglo XVIII, la misa de acción de gracias en Nueva Orleans en conmemoración de la Batalla de Nueva Orleans y la devoción mariana que han abrazado santos y figuras nacionales a lo largo de tres siglos.
Trump situó a María en una historia estadounidense más amplia, presentándola como un emblema de esperanza, perseverancia y paz a medida que el país se acerca al 250 aniversario de su independencia.
Para algunos católicos, el gesto marcó un cambio notable en el lenguaje público de los líderes políticos estadounidenses. Susan Hanssen, historiadora de la Universidad de Dallas, calificó la proclamación como «un momento histórico deslumbrante», señalando que ningún presidente anterior había hablado con tanta franqueza sobre el papel de María en el misterio de la Encarnación. Consideró el mensaje un hito cultural, especialmente en una sociedad donde las referencias explícitas al cristianismo en el discurso político suelen ser objeto de escrutinio. Otros enmarcaron la declaración en el esfuerzo continuo de Trump por fortalecer su conexión con los votantes religiosos. Caleb Henry, politólogo de la Universidad Franciscana, interpretó el mensaje como una extensión de la iniciativa «América Ora», que anima a los ciudadanos a pedir la renovación nacional antes del semiquincentenario del país. Para Henry, la proclamación señaló el deseo de Trump de dirigirse directamente al electorado católico, evitando intermediarios civiles y eclesiásticos para presentar su narrativa sobre las raíces espirituales de la nación.
No todos los comentarios se centraron en la política. La descripción que la declaración hace de la Encarnación —sugiriendo que Dios se hizo hombre en el nacimiento de Cristo y no en su concepción— provocó una aclaración. El teólogo dominico Aquino Guilbeau observó que el malentendido persiste ampliamente, incluso entre los cristianos devotos, a pesar de las primeras definiciones doctrinales y siglos de enseñanza catequética. Señaló que himnos y poemas conocidos a menudo repiten este error, lo que subraya la necesidad de una formación más clara.
El mensaje de la Casa Blanca también abordó las preocupaciones globales. Al reflexionar sobre la dedicación de una estatua de María, Reina de la Paz, por parte del Papa Benedicto XV durante la Primera Guerra Mundial, Trump invocó la imagen de la Virgen como guía para quienes anhelan el fin de los conflictos actuales. La declaración vinculó la devoción mariana con las aspiraciones universales de armonía, justicia y reconciliación.
Las reacciones entre los líderes católicos en Estados Unidos fueron mesuradas. Algunos obispos han elogiado la alineación de Trump con la enseñanza de la Iglesia sobre la ideología de género, al tiempo que han expresado reservas sobre la aplicación de la ley migratoria y las tecnologías reproductivas. En este contexto, la proclamación mariana del presidente surgió como un gesto poco convencional, inesperado, pero resonante en segmentos de la población católica.
El mensaje de Trump concluyó con un llamado a la paz y un renovado deseo de unidad, presentando a María no solo como una figura de la devoción católica, sino como un símbolo capaz de inspirar una mayor imaginación cívica.