Ella es sencilla y silenciosa. Callada y prudente. Amable y llena de vida.
Ella duerme todo el año en un altillo. En una bolsa. En una percha colgada en algún armario.
Ella vuelve a la luz cada primavera en cuanto las casas empiezan a oler a arroz con leche y a ropa cargada de incienso cualquier noche.
Ella es así. Visita esperada que llena de alegría, como las que retornan todos los años por Navidad. Ella es una mañana de Reyes. Un recuerdo a la niñez. Un puente hacia la Vida Eterna.
Donde viven los cofrades, siempre hay una fecha marcada de forma especial en el almanaque de las almas. La fecha de volver a ella. A nuestra túnica. Prenda fiel que nos hace perdernos, olvidarnos.. ausentarnos.
Cuando regresa al salón nos hipnotiza y embruja.
Nos llama a su acantilado cual sirena ante el barco de Ulyses.
La miramos absortos, como quien mira algo mágico, porque ella es mágica.. y es compañera y amiga.. y confesora...
Ella nos abraza durante horas un día al año. El día en el que regresamos a nuestro arcano, a nuestro refugio, al anonimato que marcan nuestras Reglas.
Ese abrazo es cálido, sencillo.. eterno, porque en ese abrazo están todos los abrazos de las madres que un día nos enseñaron a vestirla.. y el abrazo de una madre es lo mejor que Dios nos regaló, porque esos abrazos curan, amparan, consuelan, enseñan y aman.
Igual que las túnicas que ya nos esperan...
