El Corpus de las mascarillas

Lo importante era la celebración de la Solemnidad. Lo de menos, las formas. Eso es algo que todos teníamos claro. Clarísimo. Pero aún así, todo lo que pudimos vivir en la Catedral de Jerez este Domingo de Corpus, resultó desangelado y desalentador. ¿Por qué? Pues muy fácil. Porque en tiempos de crisis, los líderes tienen que estar en su sitio, y alentar a quien necesita luz para seguir en medio de la oscuridad. Y esa luz faltó junto al Señor.

No actuó la Coral Catedralicia, ni siquiera una parte de la misma, y no fue la celebración, la que todos hubiésemos deseado, como respuesta a la absurda prohibición tanto del Gobierno Central como de la Junta de Andalucía, de permitir cultos externos. En vez de eso, lo que la Catedral vivió fue una cermonia más. Una de tantas. Y cuando hablamos del Santísimo Sacramento, -ay, amigo- eso no vale. Todo tiene que ser lo mejor. Lo máximo. Lo que ya no pueda ser superado. Todo para Dios, y para Dios, todo. Pero claro, para llegar a esa conclusión, hay que estar absolutamente convencido de que por encima de Dios, nada.

Así que con estas premisas, y a pesar de los esfuerzos de quienes desde el Consejo pretendieron que todo tuviese la altura necesaria, esa altura sólo estuvo encerrada dentro del viril... y gracias. Un viril que acogió al Señor mientras la Catedral se quedaba de pie, y sólo se arrodillaba cuando sonaba el 'pange lingua', como si la música fuera detonante de lo eucarístico, y no el mismo Dios Sacramentado. 

Un viril que fue colocado en la custodia y elevado sobre una peana, a la que flanqueaban seis velas como de cumpleaños, sobre candeleritos individuales de plata, cuando lo suyo hubiesen sido dos escaleras imponentes que hablasen de la grandeza del Cuerpo de Cristo, y no de lo endeble que todo estaba resultando. ¿Le hacen falta al Señor estas alharacas? Para nada, pero nunca está de más todo aquello que hable de grandeza, de magnificencia, y de plenitud. 

Mención aparte, la ausencia extraordinaria de clero en la catedral, teniendo en cuenta de que se trataba de una Misa Estacional. Es decir, la única a celebrar en la diócesis a esa misma hora. ¿Dónde estaban los curas? ¿Tenían prohibida la asitencia por aquello del aforo, o es que directamente estaban más pendientes de los nombramientos de nuevo obispo para Huelva o para Ibiza?

Y por último, la procesión claustral por el interior de la Catedral, directamente hacia la puerta, sin tener en cuenta a las hermandades que con sus guiones esperaban en las naves laterales del templo, tal y como se pidió desde la Unión de Hermandades de Jerez durante la semana previa. ¿Para qué? ¿Para ver pasar al Señor a diez metros de distancia? ¿Para recibir indiferencia, como pago al esfuerzo que supone -porque eso es así- tener que llevar el guión a la Catedral? No. Mal también.

¿No hubo nada bueno? Sí, claro. La gente devota de Dios. Las miradas llenas de preguntas, de fervor, y de dudas, asomando por encima de las mascarillas. La solemnidad que se intentó dar a todo, aunque se alcanzase sólo a cuentagotas, la verdad que sólo vive en la Sagrada Hostia, y el trabajo bien hecho de las hermandades del Cristo de la Viga y del Señor Resucitado, ante cuyas imágenes se realizaron sendas estaciones, antes de que Dios se asomase a la calle, igual que el pasado Domingo de Ramos. Desde entonces, y hasta hoy, parece que todo va algo mejor en la lucha contra la pandemia. Y esa es la mejor noticia que podemos contar, sin duda.

Todo ello, a pesar de que en un año que pasará a la historia por lo histórico de todo lo que estamos viviendo, el Corpus oficial de Jerez se pareciese demasiado al de todos los años. Es decir, ni fú ni fá.

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