El Evangelio Rociero de Antonio Moure

29/04/24 Cofrademanía Andrés Cañadas

Día uno después del Evangelio Rociero según Moure. Me levanto raro. Con el despertar aturdiendo todavía los sentidos, creo estar amaneciendo en Doñana. De hecho, creo haber estado allí toda la noche, respirando un intenso aroma a sapina, lentisco, jaguarzo y Romero. Poco a poco me voy dando cuenta de que todo forma parte de un sueño. Pero no un sueño cualquiera. Es un sueño que empieza mucho antes de dormir, hermoso, sencillo, profundo y maravilloso, surgido de la magia de unos folios que ya nunca olvidaremos.

Son los folios que Antonio Moure llevó este viernes a la Real Bodega de la Concha. Unos folios que por la mañana habían estado en el Rocío, junto a la Virgen, terminando de recibir la unción que aún demandaban. Inmensos. Dulces. Eternos y rocieros. Los folios del Pregón del Rocío de Jerez 2024. ¡Casi ná!

El sol termina de hablar con su ley poderosa. Toca trabajar. Hay que ordenar las ideas antes de empezar a escribir esta crónica. Justo entonces, vibra el móvil. Es mi amigo Edu, desde San Fernando, quien manda un wasap. Dice esto: “Buenos días. Vaya nivel el que tiene Jerez en los atriles. Estáis a otro nivel.” ¡Vaya! -pienso- ¡Querido amigo, me has destrozado parte de la idea que estaba empezando a bosquejar para mi artículo!

Manos a la obra. Cómo resumir lo que el pregonero nos contó. Mala opción. Es imposible hacer un resumen. ¿Mejor centrarse en las emociones que desgranó? ¡No! ¡Rotundamente no! ¡Las contó todas y las embarcó todas en la muleta de su palabra, para torearlas de salón y llenar el ruedo de pañuelos sin dejarse nada escondido, haciéndolo a pecho desnudo y de verdad! Por ahí tampoco. Duraría esto seis meses. 

Miro el reloj. Llevo día y medio macerando lo que viví entre las botas bodegueras más rocieras del mundo… y no soy capaz de encontrar una línea argumental para contarlo. Vale. Esa es la clave. Que no soy capaz y que nunca lo seré. ¿Por qué? Porque sólo hay una palabra en la que no había pensado hasta ahora: Felicidad. Fui intensamente feliz. De hecho, todos fuimos inmensamente felices escuchando a Moure… y la felicidad es tan subjetiva y personal, que no hay casi nunca manera de poder contarla.  

Fui feliz porque el pregón de Antoñito fue eso. Precisamente eso. El pregón de un aprendiz de todo, que se marchó al Rocío un buen día para contarlo por la tele y por la radio… y allí se quedó. Se quedó en sus emociones y también en sus recuerdos. Y el pregón que le ha salido del alma, es el de aquellos años de arenas y de cables. Un pregón lejano y cercano a la vez, lleno de coto, de marisma y de verdad. El pregón de alguien que supo entender aquellos ambientes nunca vividos pero siempre sentidos, escuchando aquellas históricas retransmisiones. El pregón de alguien que de repente se vio montado en la barcaza buscando futuros y despidiendo pasados. El de un abrazo entre amigos en lo alto de la cota del Cerro del Trigo. El de un novato enganchado a un micrófono más de una hora sin que sus palabras estuviesen saliendo en antena. El de la carreta en Muñoz y Pavón entre asombros. El de la Virgen delante del Simpecado partiendo en dos todos los esquemas

¿Cómo se puede hacer llorar y reír al mismo tiempo y con la misma intensidad? Eso sólo lo hacen los grandes. Y Antonio lo hizo el viernes en La Concha, desde el principio hasta el final de su pregón, rayando a una altura indescriptible. La metáfora del embarque con Caronte cruzándonos a esa Vida Eterna que ansiamos todos. El piropo a las carretas imaginando un Rocío sin ellas. Las rosas negras que todo rociero lleva dentro para dejarlas ante la Madre de las Rocinas o la confesión a la Señora en íntimo diálogo sin dejarse nada dentro… fueron de una profundidad y un rango al alcance de muy pocos. Quizás al alcance de ninguno… de los de ahora.

¿Qué más puedo añadir? No lo sé. Repaso lo que llevo escrito y nada me parece suficiente para abrochar esta crónica. No puedo hacerlo. Sencillamente porque no se puede hacer con palabras cuando se trata de contar otras palabras que tienen bastante más altura. Así es imposible. Moure. No hay más que añadir. Rociero atípico. Pregonero grande. Ahora mismo, el más grande. Cogió un ordenador en enero y ha sido capaz de escribir un evangelio rociero en pocos meses. El evangelio según él. El evangelio de la Virgen. Complicado y a la vez sencillo. De los que hay que releer tranquilamente para impregnarse de Rocío. Una autentica enseñanza. Una incomparable maravilla literaria. Un canto a la Virgen sin parangón, forjado en muchas horas de invierno sentado ante Ella en su ermita. 

Al final llevaba razón mi amigo Edu. Lo de Jerez es ‘otro rollo’. Y en este rollo, Moure… sin más. ¡Enhorabuena amigo!¡Enhorabuena, pregonero!

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