''Hasta siempre, mi fiscal'' por Álvaro Ojeda

21/06/20 Cofrademanía Álvaro Ojeda

Dicen que en la infacia se te graba todo. Los recuerdos, los olores, los momentos, la personas… 

Si de cofradías hablamos, mi Martes Santo de los redondeles en la cara, tienen la silueta de un delgado nazareno, de esos que por sus hechuras y andares jamás pudieron cumplir con el precepto del anonimato. Te recuerdo, siempre pegado a Diego Gorrión, con una túnica perfecta planchada que desprendía olor a vapor de plancha. Te recuerdo en esa calma tensa de aquellos días donde con lo justo te traían y llevaban el paso hasta el barrio al son de tu elegante y sencillo reloj de  manillas, que se asomaba cada cierto tiempo por las mangas de tu túnica. Y así te recuerdo, porque allí estaba yo hace casi cuarenta años pegado a ti.

- "¿Cómo vamos Juan?" 

- "Bien bien Alvarito, vamos bien."

Mientras, me dabas un pellizco en la cara que salía por mi antifaz descubierto al aire.

Y así un Martes Santo y otro, preguntándome siempre si el reloj de Juan funcionaba bien, ya que siempre nos recogíamos tarde. Cosas que con el tiempo entendí y comprendí, ya me entienden, ese otro tempo y tiempo de llevar a las cofradías donde esos horarios solo existian en el corazon del pueblo de un Jerez que decidía cómo y cuándo se recogían 'Los Judíos', y como Juan lo sabía... todo iba… bien.

Fiscal calmado, elegante y respetuoso. Así fue Juan Soto, en la estación de penitencia y en la vida. De esos que no hacen ruido, de esos que al final de sus días saben apartarse, observar y aconsejar solo si se lo piden. 

También un buen portero Juan, las cosas como son. Donde por los años noventa, en el picadero de Juan Manuel Bocarando, decidiste colocarte “entre palos” ya que no había larguero, y defender la portería de los chavales de la hermandad. Tu actuación fue sublime, hasta el punto de parar el penalti decisivo a lo 'Mono' Burgos, con la cara y con tu gorra campera de paño volando por los cielos de la presa de San José del Valle del balonazo que te pegaron. Te cogieron a hombros y te invitaron a una copa de Tío Pepe. Mi fiscal también era un crack en la portería. Magia.

Y pasaron los años Juan, y nadie nos pudo librar de los pasitos del tiempo. Y tú te hiciste mayor, y yo también. Y allí estabas tú, o en la hermandad tras la urna de votaciones, o en tu palco de calle Larga junto a Ignacio o Manolo, esperando a que llegara tu sobrino con el paso. Y te recuerdo la última vez, en el butacón de la casa de hermandad, diciéndome “Don Álvaro ¿cómo está usted?”, y yo dándote un beso y un abrazo de esos que sólo el tiempo y el respeto entienden.

Da recuerdos arriba y gracias por pasar por nuestras vidas de una forma tan noble y sencilla. La hermandad debe estar orgullosa de haber contado en sus trescientos años de historia con gente tan grande como tú.

¡Hasta siempre Juan, hasta siempre mi fiscal!
¡Que Dios te tenga en su gloria!

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