Desde tiempos inmemoriales, el sacrificio y la mortificación del cuerpo humano ha sido inherente a la fe que profesamos. La inmolación propia del Hijo de Dios, como así nos lo atestigua el canon de la Biblia, fue moneda de pago sinequanon no hubiera sido posible la Redención del pecado original "Dará a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt. 1,21)" o en el Salmo 67 "Nuestro Dios es un Dios que salva, y el Señor saldrá de la muerte".
Al espíritu de sacrificio que, insisto, es inherente al catolicismo se le añade también un aspecto inquebrantable para el mismo: la FE en lo sobrenatural, lo divino, lo sobrehumano y todo aquello que nuestra torpe dimensión humana no alcanzamos a entender. Bien podemos poner de ejemplo, decenas de episodios bíblicos que nuestra entendedera humana no lograría si quiera a razonar (Bodas de Caná, Partición del pan y los peces, Diluvio universal, Detención del Sol y la Luna, La mujer que se convierte en estatua de Sal, Las doce plagas de Egipto, Apertura del Mar Rojo, Comida que cae del cielo, Burros que hablan) y un largo etcétera que nos pone de manifiesto como nuestra condición caída no es capaz de entender los aspectos divinos del plan de salvación.
Hasta en el momento de la Expiración de Jesucristo podemos encontrar fenómenos sobrenaturales (Las tinieblas cubrieron toda la tierra/La tierra tembló/Las rocas se rajaron/Las tumbas se abrieron). Por no hablar de las diez curaciones que realizó Jesucristo desde la suegra de Pedro hasta la mujer encorvada e, incluso, una resurrección como la de Lázaro nos atestigua en la biblia como el aspecto milagrero siempre ha acompañado el crecer de la Fe a través de los concilios, de la Santa Tradición de la Iglesia y de la exégesis y la hermenéutica bíblica.
Dos mil años después parece que nuestra fe languidece en el fondo del mar con las constantes vitales en el mínimo. No somos hombres de fe, ya no creemos en los milagros como lo hacía el pueblo judío de Israel o la mujer del Evangelio de Mateo "pues decía para sí: Si tan sólo toco su manto, sanaré" Mt. 9-21. Ahora, por aspectos organizativos, estamos empezando a ver como Hermandades en distintos puntos de Andalucía suspenden sus desfiles procesionales a seis horas de su hora de salida "por la previsión de los partes meteorológicos", sin dejar lugar a que la Providencia Divina termine de decidir el destino del día que llevamos esperando todo un año. No nos empapamos de la fe heredada clamando al cielo para una posible mejoría meteorológica y poniendo nuestro destino en manos de Dios. Ahora, los "motivos organizativos" pesan más que la FE. Hasta alguno he escuchado justificar tal decisión por lo tedioso que puede resultar encontrar aparcamiento en el centro a un nazareno "para nada".
Toda la economía de la Salvación, todo el padecer del pueblo judío sometido al egipcio, la inmolación de Jesucristo y todos los sacrificios ofrecidos a Yahvé (hasta Abraham ofreció a su hijo) para que tú no te puedas gastar dos euros más en gasolina. Todo es lógica humana, nada es fe. Burocracia, politiqueo y "motivos organizativos". El Señor murió y padeció la muerte de cruz hace dos mil años para que a nosotros nos de miedo coger un resfriado por manifestar su fe. Y para que no creamos en su Divino Poder de poder tumbar el destino de unos partes meteorológicos. Bendito y alabado sea que, aún así, murió por nosotros.
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