Ha llegado y ya está aquí. Parece un milagro, pero no lo es. El tiempo se rinde ante nuestros anhelos y otro año más, sube el telón para dar paso a la jornada grande, majestuosa y esplendorosa del Domingo de Ramos.
Hemos vuelto y eso es lo que toca contar hoy. Regresa la Misa de Palmas en el formato de siempre y sin reticencias, sin mascarillas. Saludamos a nuestros vecinos de palco, esos que año tras año, te enseñan lo rápido que pasa el tiempo. Ondean los olivos en las solapas… En definitiva, nos damos cuenta de cuán grande es todo lo que celebramos hoy.
Hoy quiero compartir con ustedes una curiosa historia. Cuenta la leyenda que hubo una vez un Rey, el cual amó tanto al mundo, que quiso regalarle la más bella Estrella de las constelaciones del firmamento. Y hubo luz. Vio el Rey que aquello era bueno y fue su deseo que este hermoso astro morara siempre refulgente en la Tierra, coronada por todos los cuerpos celestes para regocijo de todo el pueblo.
Pasaron los años y, con el tiempo, una sequía asoló aquella tierra de albarizas y viñas. El pueblo, desesperado, murmuraba contra el Señor. El Rey, conmovido, fue presto a socorrerlos: “Id a las puertas de la ciudad, al lugar que llaman de la Alcubilla. Allí encontraréis el manantial de agua viva del que brota la vida eterna. El que beba de esa agua, nunca más tendrá sed.” Y vio el Rey que aquello era una obra buena.
Pero la historia volvió a ponerlos a prueba y estalló una guerra cruel. La gente, de nuevo, comenzó a murmurar contra el Señor diciendo: “¿No eres tú el rey, el Mesías? ¡Haz algún milagro!”. El Señor, a pesar de aquel desprecio, fue misericordioso con el pueblo ingrato y les dijo: “Yo soy vuestro Consuelo. He visto vuestro sufrimiento y aflicción. Por ello, es mi deseo restaurar la Paz entre vosotros.” Y reinó para siempre la Paz en aquel lugar. Como recuerdo de aquella proeza, mandó tejer un precioso estandarte en terciopelo morado con apliques de oro y pedrería. Y en el centro, rodeada de un resplandor de rayos dorados y entre hojas de acanto, puso el Señor la paloma blanca más hermosa que jamás surcó los cielos, vestida de esmeraldas y con la luna a sus pies, para que cuantos la contemplasen, nunca más se sintiesen desamparados.
Y aquel reino vivió una época de esplendor. Aunque como era de esperar, el hombre, que es orgulloso y cobarde por naturaleza, acabó olvidando todos los dones que otrora había recibido del Señor. Y renegaron de Él y lo trataron con indiferencia, pero el Rey, que los conocía a cada uno como la palma de su mano, asumió con paciencia su soledad.
Volvió la tribulación, esta vez en forma de una terrible pandemia. El buen Señor, ante la desesperación de sus gentes sintió lástima y les dijo: “id a las afueras de la ciudad, al lugar que llaman del humilladero, y levantad una cruz de bronce, y sobre ella, poned un sudario. En verdad os digo que si pedís se os dará, si buscáis, encontraréis y si llamáis, se os abrirá porque Ella será la causa de vuestra alegría. Además, establezco una alianza con vosotros, y ésta será la señal de mi pacto. Cada año en los albores de la primavera, haré brotar una flor blanca de dulce aroma. Cuando la veáis, bendecid ramas de olivo y palmas en mi nombre, porque yo soy santo; será día de júbilo, solemne y de acción de gracias. Y yo, que soy vuestro Salvador, cuando la vea florecer, honraré nuestro acuerdo haciendo refulgir el sol sobre todas las cosas”.
Y desde aquel día, la gente, celebró el memorial de todo cuanto recibieron del buen Señor, en una exultante tarde de primavera.
¡Feliz Domingo de Ramos a todos!
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