Pasa con algunas cosas en la vida como con la salud: hasta que no la hechas en falta no sabes apreciarla cuando la tienes. Algo así me pasó el pasado año con el Domingo de Ramos.Durante un tiempo estuve saliendo de costalero en el paso de palio de la Virgen de la Estrella pero, por motivos que no vienen al caso, el pasado año no lo hice. Cierto es que cuando de repente cambias ese tipo de hábito te sientes un poco raro.
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Y así llegó la hora de lanzarme a ver las cofradías echando antes de salir una cómplice mirada al altillo donde ese año descansaban la faja y el pantalón de loneta blanco. Y como no podía ser de otra forma fui buscando las calles de San Marcos a buscar La Borriquita. Iba con la hora justa y al llegar a la primera curva tras la Plaza Rivero busque un hueco en los bajos de un naranjo que me sirvió de cobijo. Y de pronto, casi sin darme cuenta, me vi envuelto entre palmas, campaniles, antifaces recogidos y sonrisas de niños con cara de haber dormido poco esa noche. Una mirada atrás me hizo darme cuenta de que, casi sin querer, había adelantado a la peculiar cruz de guía que entrecortada en el azul del cielo parecía buscar hacer juego con el terciopelo que cubría los capirotes.
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Y envuelto en esa nube de sensaciones fue cuando de verdad me di cuenta de que había llegado la Semana Santa. Las nutridas filas de nazarenos hacían presentir la llegada del misterio más dulce de nuestra semana santa. Sin dolor. Sin sangre. Sin heridas. Sin traidores…Y tal como llegó se fue Jesús montado en el “jumentito” que decían los campanilleros de Manuel Torre que “…alquilado fue” y con una palmera que elevada en el paso iba tomando nota de aquellos que con sus hijos en brazos le iban enseñando y señalando la cara del Maestro quizás por primera vez en sus vidas.
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Se fue la Borriquita por Rivero para enseñarle a Jerez la cara amable de su pasión y me dejó a la espera de su Madre, Virgen de la Estrella siempre nuestra guía allá en el cielo. Y fue como el remanso de paz que vino a calmar tanta emoción acumulada. No se realmente que sentí al ver su palio desde las aceras... Solo tengo claro que este año la faja y el pantalón de loneta blanca descansan ya en una silla contando las horas que faltan para salir camino de la escuela. Que lo disfruten. No saben cuanto les envidio.