Hace ya muchos años que dejé de participar en cualquier actividad cofrade. Los derroteros de mi vida hicieron que me apartara de casi todo y solo trabajara para mi Hermandad y, casi siempre, desde la tranquilidad y la soledad de mi casa intentando ayudar a mis hermanos y procurando molestar lo menos posible. Evidentemente, como no podía ser de otra manera, he seguido la evolución de este pequeño, muy pequeño, mundo cofrade nuestro al que muchos tanto queremos y al que algunos hemos dedicado gran parte de nuestra vida.
Y la lejanía, esa lejanía de no inmiscuirse y no molestar, y por supuesto la edad y la experiencia de tantos momentos vividos, van haciendo que todo lo veas con distintas perspectivas, que afloren nuevos ideales, que tengas sensaciones diferentes. Y quizás por estos motivos mis amigos, los muchos amigos que Dios me ha permitido tener compartiendo conmigo momentos duros de indiferencias, intereses, mentiras, y hasta insultos, me han insistido en retomar aquel camino que dejé apartado, volver a abrir las ventanas a mi propia desidia, salir a la calle sin apatía, para que, en definitiva, retome una normalidad ya casi olvidada.
Por ello y para ellos, me atrevo a escribir esta serie de artículos que, adelanto, no pretenden dogmatismos ni conseguir otro objetivo que el de expresar mi opinión, más o menos acertada, sobre los muchos problemas, pequeños y grandes, que afrontan hoy nuestras hermandades, sobre las alegrías y sufrimientos que componen las vivencias diarias de cualquier cofrade. Son temas que todos conocemos, de los que hablamos continuamente. Algunos recurrentes, de los que todos opinamos demasiadas veces sin tener en cuenta las consecuencias de aquello que decimos. De otros temas hablamos por detrás, cuchicheando, porque lo “políticamente correcto” también se ha instalado en nuestras hermandades. De otros, al fin, solo hablamos a escondidas, con miedo a que nos escuche alguien y terminemos, bien teniendo que salir de San Francisco (frase escuchada recientemente en modo de amenaza), o bien esperando que se cumpla algún tipo de venganza (servida fría, por supuesto).
Mi intención se basa en intentar ayudar, en reconocer esfuerzos y dedicaciones, en evidenciar algunos errores en los que caemos desde hace años y, claro, en la denuncia de tanto despropósito que nos rodea, de tantos que intentan interferir, de los muchos que pretenden coartarnos, y hasta amaestrarnos para conseguir no sé cuáles intereses.
Hoy, a mis años y tras tanto impase en mi vida, puedo decir con orgullo que me siento más cofrade que nunca, que sigo sintiéndome Iglesia pese a tanta mundanidad y tan poca espiritualidad, que sigo valorando, con reconocimiento, el trabajo y la durísima vida de los sacerdotes pese a tanta mediocridad, y que sigo creyendo en nuestras hermandades y en su inmenso futuro en la Iglesia y la sociedad, pese a tanto rumbo perdido, pese a tanta nueva idolatría, pese a la llegada de algunos advenedizos que buscan su bien personal por encima de la obligación de servicio que generan los cargos que, hoy más que nunca, son auténticas cargas.
Estos son los sentimientos y las intenciones que me llevan a escribir estos artículos que hoy comienzan. Espero no ofender a nadie y si no lo consigo porque algo o alguien se sientan aludido, pido perdón anticipada y públicamente.
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