Nos hace falta el silencio. En un mundo cada vez más ruidoso, denostamos su presencia. Nos asusta llegar al vacío de ecos y sonidos. Tememos al silencio. Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de palabras, de gritos, de musicas, de prisas, de móviles, o de cualquier cosa que nos evite llegar a no oír nada. Hemos hecho del silencio enemigo. Pero no lo es.
En este mundo moderno, relacionamos el silencio con lo peor. Con la ausencia. Con el dolor. Con la soledad. Con la desesperanza. Con la muerte. Odiamos el silencio en casa. Nos espanta el silencio en las pantallas. Nos hiere el silencio con los nuestros… y con los demás. Pero el silencio es necesario. No siempre, pero muchas veces sí. Absolutamente necesario, porque también es amigo y compañero y confidente. A veces nos evita esclavizarnos con la prisión de las palabras… y a veces nos da consejos que nos dan la vida. Que nos devuelven la vida.
Dios sabe hablarnos en el silencio. No hay que pedirle. Sólo escucharle… en el silencio. Dios Eucaristía. Pan del Cielo. Jueves Santo. Grandeza misteriosa en el día del cumpleaños del Señor. Última Cena y doce apóstoles mudos ante el asombro del Maestro lavando los pies y partiendo el Pan. Sólo habló Pedro… y se equivocó. También habló Judas y lo estropeó todo. Silencio. Sagrario. Velas encendidas y la paz absoluta delante de Él. Ahí está Él. Sin más. En el silencio de su reposo, presintiendo la Pasión. Igual que nosotros. Invitados a un banquete celestial donde no suena nada. Donde reina el silencio… por los siglos de los siglos.
Jesús sabe hablarnos en el silencio de su Noche Santa. La Noche de Jesús. La de Getsemaní. La del Sanedrín. La del espanto y la turba. Luna llena. Nissán. Un viento gélido pasa entre las sombras y opaca los ecos más profundos. Anás pregunta al reo. No hay respuestas. Sólo una bofetada por no responder. Pilatos también pregunta: “¿De qué te acusan éstos?”. Tampoco hay respuestas. Y llega el castigo. Azotes y espinas. Y luego Cruz. Y luego muerte… y sólo silencio como único abrazo al martirio por amor… si acaso roto por una lejana saeta…
Cristo sabe hablarnos en el silencio de su adiós. Viernes Santo. Crucificado. Corbatas negras. Luto. El día que mataron al Señor. A todo un Dios. Lo matamos de hecho cada año, por esa manía tan nuestra de creernos más grandes que Él. Más poderosos que Él. Absurdo. Cristo ha muerto. No hay ruidos ahora. Sólo un pesar que nos vacía de todo. Hasta de las ganas de respirar. Silencio. Junto a la Cruz. Bajo su Cruz. Con su Cruz.. y en su Cruz. El silencio del mundo. Eterno silencio…
Siempre compañero desde que nacemos. Amigo inquebrantable hasta que morimos. ¿Hay acaso algo más nuestro que el silencio, mientras esperamos el regreso a la Vida que Cristo nos promete cada primavera?
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