Lleva muchos días de Semana Santa, de procesiones, de caminatas para intentar vivir momentos que quiere que sean inolvidables, de acostarse tarde apurando cada instante de emociones o, incluso, disgustos cuando observa que algo no es como debía ser, de levantarse temprano para acudir a un trabajo que, esos días, se hace interminable.
Es Jueves Santo. Se levanta reventado pero ansioso porque ha llegado el día esperado. Mira por centésima el tiempo previsto para la gran noche. Se acerca a su Iglesia. Se obnubila con sus pasos. Reza, abraza, caen algunas lágrimas por el reencuentro con aquellos que solo verá ese día al año y, sin descanso, come a la ligera, asiste a los Oficios, se maravilla del Sagrario de su Iglesia, visita a otros Sagrarios, procesiones, cena más rápida aún y… la túnica.
El nazareno de la Madrugada, cuando llega a su Iglesia para iniciar su Estación de Penitencia, ya siente en su cuerpo el cansancio acumulado, y solo la fuerza que genera su ilusión puede con ese agotamiento y hace posible que se pase horas intuyendo a su Cristo o a su Virgen, cruzando calles semivacías, pisando suciedad y hasta orines, caminando por una carrera oficial sin cofrades pero con algunos jóvenes comiendo pizza o, incluso, con un buen vaso de plástico en sus manos, llegando a una Catedral triste de la que te despachan con una oración que suena cansada, volviendo a tu templo sintiendo el frío del amanecer.
El nazareno de la madrugada es distinto. No está arropado por un gentío, pero le da igual porque valora el silencio. Camine rápido o lento, pisará la mugre que han dejado sus cívicos conciudadanos, pero sabe que es un plus que se exige a quien tiene la valentía de vestir su túnica en esa noche única. No hay algarabía de niños pero sí sentirá y escuchará a alguna persona, a algunos grupos, que se toman como fiesta las horas previas a la conmemoración de la muerte de Cristo.
El nazareno de la madrugada de Jerez protesta poco, quizás porque es consciente de que nuestra ciudad es de las pocas que van quedando con cofradías en la Madrugada, que en otros lugares ya solo quedan rescoldos de lo que fue, y que incluso en Sevilla se van quejando de soledad, de sillas vacías, y de miedo a que pueda pasar cualquier cosa.
Y muchos cofrades jerezanos, porque somos como somos, en lugar de alegrarse de que una cofradía de madrugada lleve cien o doscientos o trescientos nazarenos, critica la cortedad de los cortejos sin darse cuenta que en algunas de estas cofradías no hay niños, solo hombres y mujeres que repiten el rito y reiteran su penitencia pese a sus muchas arrugas y hasta dolores.
Y en lugar de disfrutar de hermandades con sabor y formas distintas, dice que la madrugada de Jerez es muy aburrida y que hace falta más música, y utiliza cualquier excusa para marcharse a Sevilla. Y en vez de felicitarse porque aún tengamos cinco cofradías en la madrugada, o bien propiciamos y alentamos que su número vaya decreciendo o dice que hace falta una o dos cofradías más, por supuesto con cornetas y tambores, estridentes si pueden ser.
Y podría seguir y seguir, pero da igual, que digan lo que quieran, porque el nazareno de la Madrugada, con mayúsculas, de Jerez, seguirá vistiendo su túnica pese a lo que digan, seguirá aguantando lo que pase a su alrededor, sea lo que sea, seguirá caminando por calles sin gente, vacías, porque sabe que en el silencio, en la soledad, es mucho más fácil encontrarse con Dios.
¿Qué más da lo que digan?
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