''La Semana Santa que no se ve'' por Andrés Cañadas

La Semana Santa que no se ve, vive en rincones llenos de sabor y de soledades. Son rincones donde se trabaja despacio. Donde se habla de todo. Donde se recuerda a los que antes fueron sus moradores. Donde se cuentan los días hacia atrás buscando el guiño cómplice de algún almanaque colgado en la pared. La Semana Santa que no se ve es deliciosa y cofradiera. Es un instante. Un olor. Un sabor. Un momento.. y una historia que alguien nos cuenta mientras se trabaja en un millón de cosas distintas.

Es una Semana Santa diferente. Menos ruidosa. Más íntima. Pura y llena de sentido, porque es la que va dando forma a las almas. Es un trapo que limpia un cirial. Una aguja que ensarta hilos blancos. Un puchero de cera. Un dobladillo nuevo. El pincel que limpia una canastilla.. y un corazón que late nervioso ante la cercana llegada de los azahares.

La que no se ve es la Semana Santa de verdad. La que nos duele. La que vive en nosotros. La que sueña cielos azules en primavera pero no se rompe en mil pedazos si llegan las lluvias. Es la que reza en silencio. La que trabaja en silencio. La que acompaña en silencio. La que ama en silencio.

Cuando llegan los días de los tambores y se montan los palcos y se preparan torrijas y se llega tarde a casa con el pelo cargado de incienso, caemos en la cuenta un año más de que la Semana Santa somos nosotros, porque nosotros somos de la Semana Santa. La que nos respira y late y siente y vive dentro. Muy dentro.

La que ruge. La que truena. La que canta. La que anuncia.. la que no existiría cada marzo y abril, si no existiera aquella otra sencilla y privada, de la que nace todo. La Semana Santa que no se ve.

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