Cuando los cerrojos de las puertas de la Parroquia de San Juan Grande, allá por Puertas del Sur, se descorren, los vecinos y los curiosos del lugar saben que algo grande va a pasar tras esos muros que aún no tienen edad para contar las humedades por decenas. Grandes son las puertas. Grande es el crucificado que expira vida por sus ojos. Y grande es la Virgen del Amparo, la vecina que poco a poco va rigiendo los pulsos del reino del Sur. Y no es grande por su tamaño o por sus dimensiones. Lo es por la grandeza de su sencillez y por su corazón tejido de promesas que se van alistando al papel de estraza de su infinita bondad.
Ella mejor que nadie, está entendiendo al barrio que la cobija. A su manera. Sin que nadie le diga nada. Con esa forma que el quiebro de su mirada dibuja al caer la tarde, y que una vez más dieron color a las horas del sábado pasado, toda vez que un nuevo Rosario Vespertino se alojó en el recuerdo de las nubes que la vieron gobernar con voz de mando en plaza. No anduvo sola. Estuvo acompañada por los que ocupan asientos y peinan canas en sus bancos los fines de semana. Por los que se sienten huérfanos. Por sus costureras. Por los hombres de su paso de misterio. Por los niños pequeños de una cofradía que entiende que, para echar raíces, tienen que abrir los brazos a todo aquel que se siente desamparado al caer el frío de la noche.
Ella, que todo lo puede y que todo lo sabe, está calmando la sed de los que la rodean. Y de los que no, para alimentar con sus gestos la palabra paciencia. Ella, asomada a la tapia del horizonte que da el parque que la precede, caminó por entre los árboles como si fuera una golondrina posada en la ventana de la algarabía. Ella, amparo de los enfermos, de los que lloran sin lágrimas, de los que se hacen preguntas cuando la soledad da bocados en la madrugada, está arando con su presencia el campo de la fe para que cuando seamos mayores, recojamos el fruto de su nombre.
Qué difícil tiene que ser hablar de Ella entre las ofertas de los grandes centros comerciales que la rodean y las avenidas salpicadas de prisas que la circulan. Pero allí hay un grupo de gente sencilla y humilde, a los que se les llena la boca de amparo cuando hablan de su Madre, y a los que los ojos del alma se les ilumina cuando el sol y la luna se turnan para ver cómo se da una vueltecita por su barrio la niña de sus costuras. Barrio que, entre silencios, villancicos de campanilleros y rezos, supo estar a la altura y doblegarse sin más remedio a esa brisa de esperanza que se dibujó como una raya en las miradas entre los que silabean padrenuestros en otros idiomas.
Noviembre se va escribiendo con la tinta de los pellizcos que la Virgen del Amparo va regalando a los que viven alejados de los adoquines del centro. Bendito barrio alejado del mundanal ruido… y bendita vecina del Sur.
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