Lala, nos hacía falta un pregón como el tuyo

Valió la pena esperarte, Lala. Dejar correr media vida para volver a tus atriles abandonados. Macerados en el tiempo de una mujer que por medio fue haciéndose madre… a la vez que otro montón de cosas más. Hacía falta un pregón como el tuyo, Lala. Verdades del barquero en versión barquera, para sonrojarnos a casi todos por la ceguera infinita de toda la vida. Valieron la pena los años perdidos, porque has demostrado que fueron años ganados… por goleada. Los mismos años que se enredaron en los recuerdos de aquella niña que quiso ser nazarena en su cofradía, provocando la amarga carcajada de quien consideraba una impertinencia oírte hablar así. Años y experiencia, molturada en un arranque de pregón de los que rompen el precinto de los clínex en el perenne recuerdo de tu madre. “Te espero cuando callas…”

¡Qué grande, Lala! ¡La primera madre que nos pregona! Se te notó y por eso mismo rendiste al teatro ante las enfermedades de los niños y la angustia de sus padres. Se te notó al hacer esa maravillosa oración por los niños no nacidos, dibujados en el abrazo celestial de las abuelas que nunca llegaron a conocer por nunca haber visto la luz del nuevo día. Se te notó cuando contaste lo que sufre una madre de nazarenitos… cuando se echa a la calle… a la aventura de sobrevivir para contarlo como tu lo contaste. ¡Qué arte, Lala! ¡Y qué remate con más ‘age’: “el año que viene me visto yo.” ¡Óle tú! 

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Estar en tu pregón fue como ir al teatro a ver a Nuria Espert o al Rafael Álvarez, ‘El Brujo’. Hiciste de tu obra un monólogo descriptivo en el que fuimos capaces de ver con los ojos y con el alma, tu manera de moverte, de acariciar a un hijo, de amar a un compañero, o de ceñir tu cuerpo con túnica y antifaz. Valiente, moderna, actual y cara al viento, tu canto al amor fue sencillamente maravilloso. Creaste el clima perfecto para contar una historia, una más… una de tantas, hasta que embarcado el toro en la suerte, hiciste crujir los cimientos del Villamarta en un quiebro inverosímil que nos puso a todos a los pies de los caballos. Amor, sí, pero de todos. Con todos. Entre todos. Hasta de los que se quieren por encima de su sexo. Madre Iglesia de puertas abiertas para todos. Como dice el Papa Francisco. Pusiste al presidente en la papeleta de indultar a un toro ‘cojo’, con toda la plaza en pie pañuelos al viento. Puerta grande o enfermería. Te la jugaste y triunfaste… y provocaste un debate entre el clero que se hizo grande nada más sonar el Himno de España. Siglo XXI llaman a esto…

Abriste las puertas de los armarios con la misma entrega con la que hablaste de tu padre y de la fe -¡Hay que seguir, costaleros!- con un leve y acertado recuerdo a Pablo; a las hermandades ensoleradas en criaderas y en añadas -La solera de los Cielos - y cómo no a tu Virgen coronada de la Estrella, antes de hablarnos con pellizco de los grandes, del legado que un día heredarán los que ya vienen llegando poco a poco, filtrándose en las rendijas de nuestras costuras.

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Nos hacía falta este pregón, Lala. Cofradiero a tu forma. Hermoso y delicado. Solemne y la vez gamberro. ¡Mira que regalarle carmelas al obispo! Un pregón no pregón. Un canto interpretado de cómo ves las cosas que son de las cofradías. Un adelanto precioso del Domingo de Ramos y una confesión personal que no olvidaremos nunca, llena de momentitos enormes. Faena de Paula. Muletazo tras muletazo de esos que eran capaces de valer lo que una entrada… “y me escuchan los hijos, y me entienden las madres.”

¡Enhorabuena, Lala! Inventaste otro tipo de pregón. Y qué pregón inventaste. Enhorabuena… y gracias. Un millón de gracias. 

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PD: Lala, dile a los músicos que te acompañaron, piano y chelo, que estuvieron de diez. Y dile a tu hermano Luis Prieto, que ya tenemos pregonero para el año que viene. Ahora solo hace falta que se cuadre el millón de cosas más que hace falta que se cuadren. ¡Chapó!

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