Como todos los años fue sencillo, solemne y enormemente emotivo. Las luces de San Francisco se apagaron antes de las ocho, y media hora después convirtieron el templo en un refugio de sombras que sirvieron para acompañar al Señor de la Vía Crucis hasta el Altar Mayor.
Uno de esos momentos previos a la Semana Santa, que duran sólo un instante pero te recargan el ámimo y la esperanza...
