Lunes Santo; una llama crepita

25/03/24 Cofrademanía Cofrademanía - Andrés Cañadas

Una llama nerviosa crepita en el extremo de un cirio negro, mientras al compás de la cera, cae lentamente la tarde respirando primavera. Se oyen tras un capuz las letanías del Rosario. Huele a azahar. También a jazmines. Golpes secos con sabor a madera acompasan la escena. Manto negro. Cielo azul. Mirada al cielo. De repente, un llamador rompe el sueño de un niño nazareno que pasa en su carro vestido de blanco. Su túnica es leve, como su infancia. Y sus ojos azules, como las tres franjas que tiñen la capa que medio le arrastra cuando se despista mamá...

Lleva en su mano una estampita. Es la de un crucificado que mira hacia lo alto. Poderoso. Hermoso. Moderno y grande. Cristo al que rodean las espinas mientras vuelan los vencejos junto a su Cruz arbórea y sus grandes avenidas. Uno de ellos se escapa solitario. Quizás una ráfaga de aire lo aparta de la bandada y lo envía a volar por otros aires cercanos… o lejanos. Lo conducen hacia una torre rematada por azulejos bajo la que pasan nazarenos vestidos de obispo. Otro Cristo, pero más antiguo.

Los siglos enmudecen ante la procesión. Ante el paso de caoba. Ante la muerte consumida en un rostro seco escoltado de hachones. Algo más lejos suenan marchas antiguas. Marchas de siempre para una Virgen de siempre. Antigua también. Tanto... que hace ya varios siglos que tomó la alternativa matando un toro. Pasa otro carro. Pero este es más grande y lleva colgados tambores y chucherías. Lo empuja un amigo con cara de prisa. Quiere cruzar antes de la Cruz de Guía, porque va para Fátima, a buscar su hermandad.

La cofradía de la Constancia. Nuevos tiempos procesionales. Misterio grande y palio… poquito a poco. Barrio alegre. De gente alegre. Donde los abuelos vieron marcharse a los hijos que ahora regresan con los nietos. Bullicio y fe. Alegría por tener otra vez en casa a toda la familia. Trompetas y trombones. Algarabía. Poderío… y elegantes nazarenos de túnica blanca con antifaz de terciopelo llegando al Palquillo sin retrasos, para no entorpecer a la siguiente cofradía, que allí está precisamente. Esperando. En Eguiluz.

Llega desde La Plata. Otro de esos barrios envejecidos mientras Jerez crecía por otras zonas. Bloques blancos. Negocios cerrados. Aceras ya gastadas. Paso del tiempo inexorable sólo roto un día al año, cuando vuelven los que ya se fueron. Plumas negras para un romano. Paso oscuro. Cirineo… y tulipas encendidas llenando el misterio de luz, mientras el Señor pasa. Y llega el palio. Se para. Alguien entona una saeta. Un micrófono vuela, recogiendo el momento. De repente se aparta y se escucha una voz: “Volvemos a San Marcos; adelante, compañeros”. Y en la radio cambian los sonidos, que ahora son rojiblancos.

Suena la marcha de Andrés Muñoz. Como todos los años. Virgen de plata. Ascua de luz. La tarde se aroma con la fragancia de miles de azahares... que despiertan al asomar la dolorosa. Que renacen después de haber pasado Cristo. Que inclinan su existir ante el asombro de la Eucaristía. Cáliz de sangre y agua... y la mano del Maestro bendiciendo… partiendo el pan. Y andan los nazarenos. Y se aplauden una tras otra las ‘levantás’...

Otra llama crepita. Ahora es en el extremo de un cirio rojo. Va llegando la noche. Lentamente. Es Lunes Santo en Jerez.

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