''Manuel Vallejo Vázquez: un hombre bueno de Dios'' por Javier JIménez López de Eguileta

Haber crecido junto a Manolo Vallejo ha sido una de las mayores suertes de mi vida. Me distinguió desde muy joven con una sincera amistad, que quizá nunca haya podido reconocerle como se mereció. Y es que Manolo era de los que daban el ciento por uno o, mejor, sin esperar nada a cambio. La sabiduría, amabilidad y cortesía le han caracterizado en todo momento. Tal vez por eso era una auténtica delicia compartir con él un rato de agradable conversación al calor de su siempre acogedora casa, en la que además su querida Angelita nos hacía degustar las tan ricas almendras tostadas que preparaba. En el fondo, me hizo sentir como parte de su extensa familia y eso es algo que jamás podré olvidar.

Nuestro punto de unión ha sido desde entonces la Archicofradía de Nuestra Señora del Rosario de Santo Domingo. Allí he aprendido junto a él a ser cofrade, a aumentar la devoción a la Santísima Virgen y a querer con filial afecto a la comunidad de padres dominicos. Su entrega sin límites hacia la institución ha sido con diferencia el factor clave como Hermano Mayor durante casi cuarenta años. Recogió el testigo de su padre y lo llevó honrosamente hasta que, a principios de 2018, las fuerzas disminuidas le hicieron entregarlo a una nueva junta, que se ha desvivido por demostrarle su eterno agradecimiento por su inagotable generosidad y, sobre todo, por su enorme amor a la Virgen del Rosario. Apenas iniciada la nueva andadura, le fue concedido el título de Hermano Mayor Honorario Perpetuo. A tal señor, tal honor.

Manolo ha sido un católico comprometido sin igual y en su vida pública empresarial ha dado muestras sobradas de ello, colaborando en numerosas ocasiones con el Convento de Santo Domingo, la Iglesia Diocesana y Cáritas. Hombre cabal y caballeroso, es su figura el claro ejemplo del alma entregada a Dios y a los hombres. Estuvo siempre dispuesto a escuchar y atender cuantas cuestiones se le planteaban. Consejero nato, confidente fiel, Manolo fue el héroe de la vida de los que ya no quedan muestras. Y cuando apareció la enfermedad, la entereza fue su divisa y la esperanza sólo en Dios la antorcha con la que a muchos nos inflamó.

Este sábado partía a la Casa del Padre. Sus muchos méritos en la tierra no caerán en saco roto al presentarse ante el Altísimo. Aquí quedamos nosotros, mientras él ocupa ya el lugar reservado en el Cielo para los hombres buenos de Dios.

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