Hubo un tiempo, en el que la Semana Santa tenía en Jerez una banda sonora muy diferente a la actual. Tiempo de estruendos y desafinos. De gritos irrespetuosos. De ‘tachín tachines’ como única solución a los momentos más esperados. De mala calidad en lo interpretado...
Solo alguna isla de serenidad en medio de todo lo imperante, y poco más.
Pero todo evolucionó, no siempre para mal, y un buen día llegamos a descubrir que a poco que se hicieran pequeños esfuerzos, la elegancia terminaría imponiéndose, y las cosas serían más de nuestro gusto. Más cercanas a lo que siempre imaginamos que debiera ser la honra a la Pasión de Cristo y al sereno dolor de su Madre, María Santísima.

Y porque las cosas cambiaron, las cofradías comenzaron a enseñarnos a respetar el silencio.. a saborear la dulzura de una marcha lenta.. a rasgarnos la 'jondura' con el llanto eterno de las cornetas.. a sentir la fuerza de Dios al tronar las escuadras de tambores...
Aprendimos a cambiar y a escuchar, y la Semana Santa comenzó a ser parte de nosotros mismos, esencia íntima de nuestras cosas más verdaderas. Y buena parte de culpa de todo eso, la tuvo, la tiene, y posiblemente, la tendrá, el Martes Santo de Jerez. Una jornada que en su día realizó a través de sus cofradías, una decidida apuesta por la música de calidad, y aún lo sigue haciendo, a mayor Gloria de Dios.
Así que si Jerez vive hoy día una Semana Santa espectacular -ciertamente espectacular- en casi todos sus detalles, -en lo musical también- no olviden nunca... no dejen nunca de tener muy claro... que lo bueno, con permiso de todos, llegó principalmente, en la jornada del Martes Santo...
