''Mi vecina'' por Enrique Víctor de Mora

22/06/21 Cofrademanía Enrique Víctor de Mora Quirós

Los pleamares y bajamares de la vida, esos ciclos que Dios gobierna y a los que hay que estar atentos, me llevaron allí. Primero, en la planta superior. Luego, en la planta inferior. Al fondo del patio vivía ella, Maruja. Nunca preguntó y nunca hablo conmigo del porqué y del cómo. Le bastaban su sonrisa y su bondad. A veces la mejor conversación es la que no se tiene, porque ambos interlocutores saben que no es necesario. Ella subía y bajaba ágil y dinámica. Un día me dijo: “te voy a dar a probar una sopa de tomate que he hecho”. Una sopa que era, como todo lo que ella cocinaba, un compendio del buen hacer que podía acabar de un cucharazo con todas las estrellas Michelín que se le pusieran por delante.

Recuerdo que cuando salía de su casa y pasaba delante de mi apartamento, ya en el piso inferior, dejaba un olor bonito y agradable a colonia de baño de toda la vida. Era Domingo y se había perfumado para que su Señor del Descendimiento y su Virgen de la Soledad sintieran ese bálsamo sencillo de los buenos olores. En la panadería de al lado hacía su paradita de tertulia, y cuando llegaban mis hijos y se cruzaban con ella siempre tenía un piropo en los labios. Sus ojos eran de una claridad pura y sin mancha, por eso no le hacía falta maquillaje ni sombras ni nada. Ella era luz, y la daba a raudales.

Al entrar en aquel patio en las horas centrales del día, me dejaba guiar por los olores, y siguiendo aquel rastro llegaba hasta su puerta. En aquel lugar humilde y honesto degusté una vez las mejores papas con costillas que he probado. He dicho bien. Papas. Las patatas son otra cosa. Esas papas que hay que partir a cachos con las manos, para que salgan buenas al guisarlas, como dice su hija Lola.

Se ha marchado, pero se queda. Allí seguirá siempre. Ahora está más cerca de La Soledad de sus amores, pero seguro que se dará su vueltecita por el que durante tantos años fue su hogar. Fue mi vecina, y le tuve cariño. Le tengo cariño. Discreta y sencilla vecina a la que Dios le habrá dicho aquello de…” Anda, Maruja, pasa al banquete de tu Señor, a ver si te gusta la comida. Si no, tienes mi permiso para meterte en la cocina y cambiar lo que quieras”. Y lo habrá hecho. No me cabe la menor duda.

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