En muchas ocasiones, las casualidades o como a mí me gusta mejor llamarlo, la Divina Providencia, nos presenta a los ojos ciertas cosas que nos sorprenden. Es como cuando buscas algún objeto perdido en la cotidianidad del hogar que cuando no se anda detrás de él aparece.
Algo así sucedió hace tan solo unos días. Navegando en un grupo de Facebook muy interesante llamado “el barroco jerezano” administrado por el bueno de Moreno Arana. Un colectivo cuyos participes son de toda edad, credo, y formación académica, pero homogéneamente enamorados del patrimonio local, de la cultura que atesora y fieros defensores de su conservación. Ahí, en ese grupo una de las personas “cuelga” una foto de una imagen letifica italiana y hace la pregunta… ¿No os recuerda a la Virgen del Rosario de los Montañeses? Imaginaros mi sorpresa pues aparte de interesarme todos estos temas artísticos y los religiosos en particular, los que me conocen saben que formo parte de esta Archicofradía casi cinco veces centenaria desde hace muchos años; en la actualidad formo parte de su junta de gobierno.
Y si el parecido formal de la imagen italiana es indudable con la jerezana, a esto se le suma que de esta última no existe documentación de su hechura. A partir de ahí en el grupo se abre un debate con intervenciones y aportaciones, con diferentes fotografías de una y otra talla que de manera inocente generan una nueva hipótesis, una nueva línea de investigación que puede partir de este feliz encuentro. Resulta que la imagen italiana lleva por advocación la de 'Madonna della Grazie' y tiene su sede en la localidad de Castelvetere sul Calore, en la provincia del Avelino de la Campania italiana a tan solo 78 km del núcleo artístico y mercante de Nápoles. Es una imagen de vestir algo menor al tamaño natural con el niño en este caso portado en su mano diestra y es obra de un taller napolitano del siglo XVIII.
Para hacer un plano de situación la Archicofradía del Rosario de los Montañeses, la primera noticia documental es la aprobación de sus estatutos en julio de 1525 y la donación del solar por parte de los dominicos para la construcción de su una solemne capilla con la advocación de Nuestra Señora del Rosario el 11 de octubre del mismo año. Fundada por jerezanos a finales del siglo XVII cae en una decadencia relevante por motivos aún por esclarecer, temiéndose por su continuidad. Motivado quizás por aquello a principios de la siguiente centuria es cuando entran en juego los montañeses, oriundos del norte de la península, concretamente Cantabria, que desde antiguo aparecen afincados en Jerez y la bahía en la búsqueda de un mercado floreciente y una logística inigualable con el puerto de Cádiz que había tomado gran relevancia como uno de los principales de la Europa del momento, sirviéndole ello años después para ser el principal puerto de Indias en detrimento del hispalense.
En tal número de montañeses engrosaron las filas de la corporación que en 1735 se decidió hacer hermano a todo el gremio que los aglutinaba. Se aprueban nuevas reglas y se inicia un libro de actas cuya primera junta es el 18 de febrero de 1735. Los Montañeses hacían suya esta corporación con la dirección espiritual de los dominicos en uno de los conventos de la orden más importantes del sur de España y con gran peso en nuestra ciudad; en la capilla propia de la Archicofradía tuvieron panteón propio y un lugar de reunión de esta pujante capa social consolidada en la zona.
Prueba de ello es que lograron ser una de las corporaciones con mayor cantidad de hermanos de Jerez y ese brillo había que hacerlo patente actualizando la estética de la Archicofradía a los gustos emergentes de la época y diferenciándose de aquellos fundadores jerezanos de los que heredaban la corporación tanto en lo espiritual como en lo patrimonial, pero como decimos era momento de renovación. El siglo XVIII se adoptan empresas faraónicas contando con los mejores talleres locales tal como tenemos estudiado. Se concierta con Agustín de Medina y Flores con el complemento escultórico de Diego Roldan para levantar retablo, camarín y tabernáculo cuyo dorado y policromía del conjunto y cartelas serían del pintor sanluqueño Salvador Rosillo. En 1764 se inaugura una monumental portada de acceso única en la zona a modo de arco triunfal del afamado ensamblador Andrés Benítez, y el 21 de diciembre de 1797 un magnifico templete procesional en plata de primera contando con la maestría del orfebre Manuel Mariscal.
Todo ello lo sabemos porque está documentado como decimos, pero y la pieza más importante del puzle, la imagen titular… un misterio la envuelve; no sabemos la mano que intervino en ella, y no concuerda con los grafismos propios de los artistas que trabajan en la zona en la época, o si como apuntan algunos historiadores puede ser la feliz conclusión de una serie de intervenciones sobre una imagen barroca que le dan este aspecto tan diferente a otras letíficas del entorno.
Aquí se abre como decimos una nueva hipótesis, una línea de investigación añadida a otras, por ahora todas válidas y enriquecedoras hasta que se desenlace este nudo.
Todo esto nos presenta una Archicofradía esplendorosa con multitud de nuevos fervientes devotos montañeses, personas emprendedoras, trabajadoras y con un continuo espíritu de superación, que como hemos analizado a lo largo de todo el siglo XVIII quieren demostrar su status y ser diferenciados de otros gremios y diferenciadores de lo que se cocía en anterioridad a su llegada en el seno de la Archicofradía y en el resto de las corporaciones jerezanas, y en el caso de la imagen titular quizás la motivación era estética o por un deficiente estado de conservación de la primitiva titular a causa de su continuo uso devocional.
Ello pudo motivar quizás por los negocios de ultramar que alguno de sus miembros más pujantes llegara a contactar fuera de nuestra península para encargar una imagen al antiguo reino de Nápoles que perteneció hasta 1861 a la corona española y por tanto dependiente de ella. Decir que en esos años en cuanto a tiempo estaba más cerca por mar el sur de la actual Italia (entonces española) que muchas ciudades comerciales del interior peninsular.
Cádiz se transformó desde la segunda mitad del siglo XVII en un lugar privilegiado para la recepción de obras e incluso artistas napolitanos al erigirse en un emporio comercial. Entre los artistas más activos en remitir obras desde Nápoles podemos por testimonio escrito nombrar a Nicola Fumo, los hermanos Gaetano, Pietro Patalano y Giacomo Colombo por poner unos ejemplos que nos dan idea del flujo artístico que unía ambas zonas mediterráneas tan distantes aparentemente. Además, hay que añadir a ello el gusto característico de la Monarquía hispánica y sus elites como factor del auge de esta imaginería devocional con ejemplos como los muy conocidos presepes e imágenes del niño Jesús de muchas colecciones, que nos explican la circulación de objetos artísticos hacia la península y por ello nace un gusto por el prestigio social que suponía la posesión de estas obras. Estas esculturas policromas napolitanas se caracterizan por unas encarnaciones muy finas, más refinadas, elegantes, más sutiles y gráciles que conmueven una sensibilidad dulce de los sentidos haciéndola atractiva y asimilable a las prácticas devocionales, alejándonos así del naturalismo del barroco sevillano en la búsqueda de lo exclusivo sin olvidar lo excepcional de su calidad.
Presentanda esta hipótesis tendremos que dejar que el futuro y los investigadores nos arrojen luz sobre la autoría de esta preciosa imagen de Nuestra Señora del Rosario. Por ahora disfrutemos de su siempre dulce maternal mirada y roguémosle por el fin de esta pandemia.
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