Sábado de Pasión; caminar desde tan lejos

Siempre hay un motivo para echarse a caminar. Una razón. Un deseo. Una necesidad. Caminar siempre fue un refugio a la soledad. Un alivio a la tristeza. Otra forma de rezar. De intentar estar a solas con uno mismo. Peregrinos de la nada buscando un todo. Una meta. Un destino. Errantes pasos que intentan conducir a algún lugar. A algún camino nuevo. A alguna senda que cure y sane…

Torpes primeros pasos buscando una ayuda. Una mano amiga que sepa guiarnos. Un abrazo cálido cuando llegan los tropiezos. Así se aprendió siempre. Caída tras caída. Así será siempre, mientras la vida se siga abriendo paso al ritmo de Dios y no de la ciencia… al ritmo del hombre que juega a ser Dios. 

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La meta es lejana pero mayor la ilusión. ¡Cuánto nos hacen falta esos retos, esas distancias… esos horizontes que nunca llegan! ¿Qué sería de nosotros sin una meta? ¡Y qué difícil es encontrar amigos que sepan abrirte distancias por descubrir! Tiempos modernos. Comodidad. Lujo de exiguas exigencias. No tener tiempo para nada, salvo para el móvil o las redes sociales. La nueva sociedad. Los nuevos silencios… por no tenerse con quién hablar. Todos mirando al suelo, perdiendo la gracia de mirar al cielo. A la casa celeste de Dios. 

Y por medio, unos locos vestidos de nazarenos. Y otros, enchaquetados, que sueñan llegar algún día… a cubrir también largas avenidas de asfalto y calor. ¡Qué sabe nadie! ¡Y qué poco interés en saber… las razones que llevan a caminar! Ellos a lo suyo. Cristo y libertad. Cofradías y libertad. Semana Santa y libertad… al menos hasta que los tiempos envicien lo que aún es puro. 

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Siempre hay un motivo. Y siempre lo habrá, mientras quede un aliento en el mundo y unas ganas de estar en paz con los demás, empezando por uno mismo. Caminando. Al encuentro con todo aquello que nos da forma… al encuentro con Jerez, porque llega de nuevo, la Semana Santa. 

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