Sábado de Pasión significa ESPERANZA, pero a la vez encierra en su propia definición un triste desenlace que todos sabemos, algún día llegará, cuando los últimos capirotes abandonen el que ha sido preludio de nuestros días grandes. Toda una contradicción en sí misma, pero así es y debe ser. Una jornada creada exprofeso, bajo unas “características pastorales” concretas pero que con el devenir de los años, se ha convertido en un precioso anuncio de nuestro particular Evangelio procesional.
El Sábado de Pasión es para algunos, día de examen a las nuevas cofradías: números que describen la calidad de los cortejos, imágenes secundarias acertadas o inquietantes, itinerarios a memorizar cada año, cornetas para hoy y agrupación musical para mañana… en fin, parámetros normales para los cofrades. Vale, hasta ahí todo bien. Por cierto, habría que recordarles a algunos de nuestros mandatarios si se han percatado de que las hermandades de vísperas también hacen estación de penitencia, lo que no sé si con otras peculiaridades o licencias eclesiásticas, porque el hecho de no incluirlas en la Semana Santa virtual, es para hacérselo mirar.
Dicho esto, todos sabemos que este Sábado de Pasión será distinto, porque no tendremos capirotes blancos evocando el hábito de aquel hombre bueno y mercedario, que dejó una Virgen morenita en las faldas de Picadueñas, tampoco oraciones ante el Salvador que custodia nuestro hospital para dar esperanza a los que sufren, ni sentiremos el calor de la gente de Guadalcacín arropando a su Señor en su caminar hacia el Calvario. Hoy, silencio y tristeza, la misma que nos penetra hasta lo hondo del alma cuando se marcha nuestro Redentor envuelto en un sudario de camino a Capuchinos.
Pero como dije al principio, el Sábado de Pasión nos habla de esperanza, porque a pesar de todo nuestros intentos por hacerlo desaparecer, ahí sigue, y no importa cuándo o cuál sea su final, lo que sí sabemos es que en cualquier momento volverá, con lo que ello significa, para regocijo y alegría de todos nosotros.
El año que viene si Dios quiere, volveremos a disfrutar de un día sin ruidos, en el que por una vez lo importante no es lo “lo que toca” sino lo que uno anhela, sin carrera oficial, con la inquietud de nuevos momentos por vivir, siendo protagonistas de esta bonita historia. Esta es la magia del Sábado de Pasión, y por eso no quiero que se muera.
Este día tiene su papel en todo esto y créanme que no es el de ser una suerte de sucedáneo ante lo que ha de venir, su razón de existir es ser precursor de la alegría, de la luz que mañana por la mañana nos anuncia nuestra tan esperado DOMINGO DE RAMOS. ¿Acaso no es del todo alentador?
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