''Sábado Santo: un final inesperado'' por Andrés Pérez Montilla

Y como cierre a todo: el Sábado Santo. Ese impertérrito día al que nunca veo fin. Tengo que decirles que no me encuentro para nada turbado, a pesar de que no pueda despedirme de la Soledad de San Lorenzo, porque TODO lo que he vivido ha valido la pena, ha sido auténtico, íntimo y personal; y eso deja un poso en el corazón difícil de borrar. No hemos tenido carrera oficial, ni horarios, ni bullas, ni carritos de chucherías, ni marchas, ni revirás, ni nazarenos, ni izquierdos, ni muchas cosas, pero todo lo hemos llenado con devoción, amor, fe y ganas de encontrarnos con el Señor y con la Virgen. ¡Y vaya si ha superado con creces las expectativas!

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El coronavirus nos ha regalado parte del corazón de nuestra Semana Santa, ese que algunas veces se queda escondido en los detalles, que por muy nuestros que sean, aún tendrán que esperar un tiempo para volver, aunque si con ello aprendemos mejor lo que significa ser cofrade, tampoco es tan mala idea.

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Sólo me queda una crónica más antes de despedirme y no quisiera dejar de poner en las manos del Señor, el nombramiento de nuestro nuevo obispo, para que por fin haga realidad ese anhelo de muchos cofrades, devolviéndonos el Sábado Santo, no como una jornada cofradiera más, sino como un día en el que podamos contemplar el misterio de Cristo en el sepulcro y su descenso al abismo, como nosotros sabemos.

Es Sábado Santo y algo se inquieta en nuestros corazones, sabemos que Cristo aguarda, paciente, en este silencio eterno, para traernos su triunfo sobre la muerte.

Qué final tan inesperado…

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