Cuando un cartel genera polémicas, ha conseguido su propósito. Se habla de él y se habla de lo que anuncia. No hay más preguntas, señoría. Conseguido. Así que a partir de ahí, poco más hay que añadir. Busquen ustedes los objetivos de un cartel y verán cómo la provocación llega a formar parte de su propia definición. Otra cosa es lo que el cartel debe anunciar. Lo que debe contar. Lo que debe transmitir. Y ahí, el abanico se vuelve mucho más amplio… y obviamente, mucho más controvertido.
Si hablamos de Semana Santa, todos debemos tener claro que ésta se mueve en unos parámetros muy definidos. Ciertamente definidos. Si hablamos de la Semana Santa de Sevilla, el campo se cierra muchísimo más. Sevilla es mascarón de proa siempre. Para lo bueno y para lo malo. Y si hoy los cofrades nos contamos por millones de personas repartidas por todo el mundo, tengan todos muy claro que la referencia absoluta para todos, se sitúa junto a la Giralda. Punto. Esto es axiomático. Aunque los talibanes de cada rincón quiera negarlo. Que lo hagan. Da igual. Sevilla es a las cofradías lo que las olas al mar. Ahora y desde siempre, por los siglos de los siglos.
El cartel de Sevilla no gusta. No es cofrade. Es una magnífica pintura de Salustiano… que sirve de cachondeo. Una pena, por dos motivos. Primero, porque su autor lleva décadas pintando así y no se merece la mala prensa -aunque sea de andar por casa- que le va a originar esta obra. Segundo, porque no cuenta para nada lo que es la Semana Santa hispalense y ahí… la responsabilidad es de quien realiza el encargo, porque si lo hizo a sabiendas de lo que llegaría, malo. Pero si no era el caso… peor. Mucho peor.
Sevilla ha ‘sanferminizado’ su cartel, presentando algo ecléctico. Diferente. Monocorde. Y eso en julio, en Pamplona, puede valer. Los pamplonicas opinarán. Pero en Sevilla no vale. En Sevilla vale lo que vale. 'Casposismo' dirán algunos. Bien. Se compra. Pero que nadie olvide que si este fenómeno que es la Semana Santa alcanza hoy los números que alcanza -miren si no, el fenómeno de las estampitas cofrades- es porque todos bebimos alguna vez de ese agua rancia que ahora los 'progres' nos echan en cara, aquella agüita fresca que tras probar nos gustó tanto, que nos llegó a enganchar para siempre... a todos.
Así que fuera caretas. Este cartel no nos representa aunque sea un buen cuadro. No es nuestro, porque no cuenta nuestras cosas. Mal endémico de los últimos años en casi toda España, donde en aras de una supuesta ¿modernidad? hemos perdido casi todas las emociones que hasta no hace mucho nos regalaron aquellos carteles de la Semana Santa que hablaban de la gente, de las procesiones y de la fe.
Eso se acabó. Como diría María Jiménez. Ahora solo falta tragarnos este sapo hasta olvidarlo, pensar que lo que de verdad nos gusta llegará en menos de dos meses y pasar olímpicamente de la cartelería cofrade. Aunque de fondo, subyace una duda: ¿qué pensarán los que encargan estos carteles, cuando después de presentarlos y decir públicamente que son una auténtica maravilla y tal y tal… cierran la puerta de sus casas y se quedan a solas con ellos mismos?
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