La Semana Santa llegó y tal como vino se nos marchó, después de dejarnos miles de estampas para el recuerdo y cientos de detalles para su análisis posterior. Uno de ellos, el eje sobre el que giraron todas las jornadas y en especial las primeras de los días santos: los retrasos.
Fueron excesivos y además inexplicables, sobre todo en las jornadas puntuales de Domingo de Ramos, Lunes Santo y Miércoles Santo. Los acumulados al final llegaron a ser escandalosos, cercanos a la hora sobre los horarios previstos, lo que originó parones de más de un cuarto de hora en incluso más en varias cofradías, con el consiguiente enfado de sus responsables y hasta amenazas de abandono de la Carrera Oficial, como la que hizo las Angustias con la boquita pequeña.
La causa sigue siendo un misterio. Se apunta no sin razón a la eliminación de los cinco minutos de cortesía entre hermandades, por no dejar este hecho margen de error a ninguna cofradía. Bien. Pero obviamente, ésta sólo es una causa. Nunca un todo. Ya que tantísimo retraso no puede deberse solo a este asunto. Antes bien, las cofradías en general han demostrado una nula generosidad y una muy escasa capacidad colaborativa entre ellas. Si una hermandad acumula atrasos, no se preocupa de enjugarlos sino de llegar a todos sus controles con esos mismos acumulados... más lo que cada una aporte... y de esta forma, las últimas cofradías de cada jornada se lo llevan calentito.
A todo esto, además, hay que sumar el tránsito de público por los pasos de peatones de la Carrera Oficial. Un desastre. El eterno problema. No hay solución. En tiempos de Pedro Pérez se propuso una reforma del recorrido hacia Catedral en el que primaba este concepto. Los hermanos mayores lo rechazaron de pleno. Que no se quejen ahora. Es imposible que una cofradía sin separación de cinco minutos con la cofradía de delante no acumule retrasos cuando el vigilante de turno da la orden de parar para que la gente cruce. Así hasta siete veces. Milagroso incluso que no haya habido más retrasos todavía.
Insolidaridad y escasa capacidad de adecuación a lo que va surgiendo. Esa es la clave. Hay que ir a la Catedral obligatoriamente, principal problema que tiene todo esto. Un enclave estrecho y tortuoso sobre el que las cofradías no muestran el más mínimo interés en adaptarse y la consecuencia, la que hemos sufrido este año.
Si a ello le suman un poquito de chulería y otro poquito de falta de respeto, ahí lo tienen...
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