"Semana Santa ’líquida’" por Juan Infantes

02/04/24 Cofrademanía Juan Infantes

No, mi querido lector, el título no tiene segunda intención o, al menos, no esa que a primera vista vd. pudiere imaginar como consecuencia de las inclemencias meteorológicas que nos han azotado -nunca mejor traído- en esta última Semana Santa. Tiene más que ver con una reflexión de corte sociológico que me viene rondando por la cabeza desde hace ya algún tiempo y que, tras esta semana horribilis, me atrevo a compartir públicamente.

Espero que no se me escandalicen, pero tengo la extraña sensación de que la Semana Santa se debate últimamente intentando encontrar su camino entre la devoción y el hashtag. Por un lado, tenemos a las Hermandades y Cofradías, guardianas de una tradición centenaria; por otro lado, una multitud armada con smartphones dispuesta a capturar cada momento para alimentar el insaciable y voraz apetito de internet y de las redes sociales.

En su obra ‘La intimidad como espectáculo’, la socióloga argentina Paula Sibilia nos alertaba de una sociedad obsesionada con la espectacularización de nuestras vidas, donde lo importante es la imagen que podamos proyectar más que el contenido o la experiencia vivida. No tengo ninguna duda de que este concepto se ha infiltrado ya a nuestra Semana Santa, y a propósito de esto uno no puede evitar preguntarse: ¿estamos en estos tiempos celebrando realmente un rito sagrado o en el fondo solo estamos filmando -entre todos- la temporada más reciente de un reality show espiritual? Los pasos, los exornos florales, los acompañamientos musicales, etc…parecen ‘competir’ no solo ya por la devoción de los hermanos y fieles, sino también y principalmente por los likes en redes sociales. Nuestros antiguos ritos aprehendidos, las antiguas liturgias, hoy en día compiten por la atención del público al mismo tiempo que se actualizan nuestros estados de Facebook o Instagram.

En nuestra era posmoderna, y la Semana Santa no iba a ser ajena a la misma, todo navega en un medio líquido donde las estructuras sociales son flexibles, cambiantes y no ofrecen un marco sólido de referencia, como antaño. Estoy convencido de que, si Zygmunt Bauman hubiera conocido nuestra Semana Santa, podría haber escrito un ensayo filosófico tras observar cómo su “modernidad líquida” empapa ya nuestro mundo cofrade. Lo que una vez fuera un sólido bloque de prácticas y creencias, ahora fluye y se adapta como si intentara encajar en un traje nuevo cada año.

La Semana Santa ‘líquida’ es inclusiva, dinámica, pero también bastante confusa, susceptible a cambios rápidos en las prácticas y significados. Las Hermandades, o al menos algunos de sus dirigentes, en un intento por mantenerse siempre ‘relevantes’, parecen dispuestas a todo…Pero en este esfuerzo de ser líquidos y adaptables a los tiempos que corren ¿no estaremos diluyendo la esencia de lo que realmente celebramos?

No me malinterpreten. La innovación y la adaptación son vitales. Sin embargo, en el afán de hacer nuestra Semana Santa accesible a la generación de TikTok, estamos corriendo el riesgo de transformarla en un espectáculo meramente superficial, donde importa más la pose, el efectismo, la espectacularización en definitiva que su real y ontológico contenido: la verdad religiosa, espiritual y sociológica que atesora nuestra semana mayor. Hoy en día, prima más la estética que la ética. A las pruebas de esta última semana santa me remito.

Por cada paso que damos hacia la inclusión y modernización en nuestras Hermandades, pareciera como si nos alejáramos más de una conexión genuina y auténtica con lo sagrado, con lo mistérico. Está bien querer que nuestra Semana Santa sea vista y apreciada, incluso a nivel global, pero ¿a costa de convertirla en otro evento más en nuestro calendario social, al nivel de cualquier cumpleaños o el último estreno de la serie de moda en Netflix?

¿Verdaderamente estamos celebrando la profundidad de nuestra fe y nuestra cultura o lo hemos cambiado ya por la habilidad de instalar en cada momento el ‘filtro’ perfecto para nuestros estados y reels? Los ‘actores’ de nuestra Semana Santa pareciera que están más enfocados en la apariencia externa de las celebraciones, buscando la atención mediática y la validación social a través de las redes sociales, que centrados y enfocados en el verdadero leitmotiv de la Semana Mayor.

Creo, y me parece que no soy el único, que se hace necesario hacer una pausa y reflexionar hacia dónde queremos que vaya nuestra Semana Santa. Tengo claro que no podemos (ni debemos) volver la espalda a la evolución, pero no por ello debemos desdeñar, por ejemplo, la experiencia que nos aportan nuestros mayores, a través de sus relatos personales. La tradición oral en nuestras corporaciones siempre fue fuente de conocimiento y sabiduría y hoy parece caída en el olvido, en detrimento de todo lo que se publica en internet o redes sociales.

Para mantener nuestra secular tradición, debemos intentar encontrar un equilibrio entre lo sagrado y lo visual, entre la tradición y la modernidad líquida. Después de todo, la Semana Santa es un tiempo para la reflexión y la comunidad, y no solo -aunque sea tremendamente estética- otro evento diseñado para el mejor y rápido consumo digital. Así que, mientras navegamos por estas procelosas aguas, quizás deberíamos asegurarnos de que, en nuestro deseo de hacer una Semana Santa relevante para el siglo XXI, no terminemos perdiendo el rumbo y siendo arrastrados por la corriente.

En nuestras manos está purificar estos ritos y actos… En nuestras manos, sí, pero, sobre todo, y de manera particular, en las de aquéllos que tienen las altas responsabilidades en nuestras iglesias particulares y en nuestras queridas corporaciones cofrades. Ojalá el ‘agua’ de todos estos días, nos ayude a una purificación y renovación total, un volver a nacer a una vitalidad cofradiera de signo nuevo.

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