Un Corpus aún muy mejorable

A estas alturas del partido, no vamos a engañar a nadie. Aquí las tradiciones que arraigan son solo algunas, están -obviamente- en manos del pueblo... y la del Corpus, lo queramos o no, no es una de ellas.

Se intenta. Se pelea. Se buscan alternativas... pero no. Por mucho que se quiera, el Domingo de Corpus no está marcado en rojo en la epidermis de la ciudad, y por eso, año tras año seguimos escribiendo en la misma línea. Tampoco lo están los otros Corpus de la ciudad. Mal endémico que le llaman. Si acaso se buscan brillos -por aquello de querer ser románticos en esto- en el de Minerva que saca la Parroquia de San Miguel gracias a la Hermandad del Santo Crucifijo... pero poquito más.

Aceras vacías y cultos a medio gas. No hay más. Lo eucarístico huye de la masa, o quizás es la masa la que no quiere saber nada de lo que no sea un palio por derecho o un Cristo sangrante y sufriente. Somos así. Por eso pasa cada año lo mismo por estas fechas.

¿Razones? Seguramente habrá muchas. Y quizás todas sean hasta entendibles. ¿El horario? ¿El itinerario? ¿El formato? ¡Quién sabe! El caso es que un año más hay que lamentar el poco lustre de una cita que debiera ser la más grande, por encima de calores o de fríos y de todo lo que ustedes quieran.

De hecho, por encima de lo que puedan discutir los grandes eruditos de la diócesis, no les quepa a ustedes duda de que no hay culto en la Iglesia más hermoso que el culto a Dios Sacramentado. Ya hemos podido verlo y disfrutarlo en Santiago, en la Sed, en San Marcos y en la Catedral... y ya verán ustedes como esta misma semana ocurre igual en San Miguel, en Picadueñas y en Santo Domingo y la semana que viene en Santa Ana.

Porque con el Santísimo suele ocurrir lo mismo que con los vinos viejos. Que hasta que no se es capaz de comprenderlos, no llega a saberse la maravilla que se tiene en la boca.

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