Un cuadro de esperas

12/04/17 Cofrademanía Alberto Espinosa

Mientras uno espera a que una cofradía tome la calle, la espera en sí misma es un cuadro costumbrista que permite ver un latido de nuestras costuras. El del bombo eleva su instrumento para excusar tardanzas. El de la cámara planta el trípode. El niño pide por enésima vez que le compren una trompeta. El costalero enseña músculo. La novia del costalero enseña escote. Es un microcosmos en sí mismo. Un espejo cóncavo que se da la vuelta como un calcetín para zurcir en el tiempo lo que somos una vez al año. Si yo tuviera que pintar ese cuadro, al fin podría esbozar la mirada cautiva de Salud y Esperanza sobre el suelo adoquinado del centro. Con los años ya le iremos perfilando algunos detalles. A su derecha le pondría la elegancia de una Ministra de Defensa que quiso conocerla en primera persona; en Tornería hubiera disfrutado más al ver esa lluvia de pétalos que perfumará ese techo de palio por los siglos de los siglos. A su izquierda le pondría un año más a sus niños. Los del misterio. Los del andar decidido. Los que estiran un barrio entre chicotá y chicotá. Los de la cadencia eterna y las lágrimas revestidas de sueños. Apúntense como detalle su manera de caminar, ya sea por avenidas, ya sea por calles asfixiadas de cámaras y móviles.

En el mismo cuadro habría que intentar dibujar el hipio consumido de la Virgen de los Remedios. No existe remedio entre las cañas cautivas de las nostalgias para trazar en un lienzo el mejor lienzo que transita los cielos de la ciudad. Bien la Agrupación Musical San Juan una tarde más. Soberbio el caminar de la cuadrilla del Cristo del Amor. La banda sonora de este cuadro sólo puede ir firmada por la sonrisa centuriana del tambor de Hidalgo. Por los cuatro clavos sosteniendo las femorales de los fundamentos. Por los cuatro hachones que claudican ante la llama viva que tienen que alumbrar de reojo. A la O le dejaremos que garabatee la palabra familia en una esquina del alma de esta ciudad. Faltaba uno de ellos bajo sus trabajaderas, y en cada racheo de alpargata se iba tejiendo su nombre para que la Señora fuera tatuándoselo en un pasillo de su memoria. Amigo, que poco me gustó verte de chaqueta. A Ella tampoco le gustó que la enamorases así.

Cuando nos falte el color blanco, buscaremos el tarrito humilde de las paciencias. La hermandad trinitaria al deambular por San Pedro desata el lazo del romanticismo. Buen trabajo del equipo de capataces. Y cuando escasee el color rojo, éste lo buscaremos en la espalda del Señor de las manos entrelazadas y los mercados subastados por los techos de arcilla y las calesas de otro tiempo. No era fuego lo que ayer caía… era el reflejo del dorado de un paso que brilló con luz propia.

Remontar el cortejo de palio de la cofradía de los Judíos por la calle Justicia es atravesar un reguero de sangre con postillas negras en las vueltas de sus capas. Querido Eduardo -no le des más vueltas-, Ella sabía que en tu voz de recio mando ese diálogo imposible que mantiene por el eco de la eternidad con San Juan tendría sentido, por eso te ha puesto delante de su desconsuelo. Enhorabuena amigo.

Martes Santo, una pintura costumbrista que de colgarlo en algún sitio, su sitio sería el salón de las esperas.

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