'Una maravillosa minoría' por Francisco Zurita

Esta semana se vienen celebrando actos eucarísticos en torno a la festividad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.  Una iniciativa que, año tras año, se repite en más templos y que organizan cada vez más hermandades, sean sacramentales o no. 

Como hermano mayor que soy de una de las hermandades sacramentales más antiguas, vivo con especial ilusión el triduo en honor de nuestro primer Titular y del que, desgraciadamente, nos olvidamos buena parte de los que nos llamamos cofrades. 

Me decía un buen amigo, hermano mayor de una antigua pero pujante hermandad sacramental, ante la cruda realidad de la baja asistencia a estos actos..... “Bienvenido al apasionante mundo del culto sacramental”.  Había llegado a sus oídos mi frustración por no haber sido capaz de atraer a más gente a nuestro triduo y, ferviente defensor como yo del amor que le debemos a Jesús Sacramentado, me insufló renovados ánimos para continuar en tan ardua pero, a la vez, hermosa labor.

Me acordé de aquel pasaje del Génesis en el que Abraham va preguntado a Dios si destruiría Sodoma en caso de que allí hubiera 100 personas temerosas de Dios. Abraham sigue ahondando en la pregunta rebajando una y otra vez el número de justos hasta llegar a sólo 10. Y Dios le responde finalmente;  “Por amor a esas 10 personas no la destruiré”.

Amante como soy de las cofradías y firme defensor de su labor en la Iglesia y en toda la sociedad, seguiré apostando por que haya cada vez más hermanos que descubran la hermosura de tener a Jesús,  cara a cara,  en el Sagrario, en la consagración, en las adoraciones eucarísticas…. en los momentos más íntimos y comprometidos de nuestra vida.  Y aunque no congregue a tanta gente como los  ensayos de costaleros o Funciones Principales, o suscite tantas pasiones como los cambios de bandas, relevos de capataces o de hermanos mayores, esos actos eucarísticos contarán con la presencia de esos 10 o pocos más justos que agradan a Dios.

Quizá, poco o poco, muchos cofrades se vayan dando cuenta de que no tiene sentido nada, absolutamente nada, de lo que hacemos si no reconocemos y adoramos al que le dio sentido a nuestra vida y a nuestro mundo.