Dicen que una mirada vale más que mil palabras. La de las madres que acompañan a sus hijos en los cortejos tiene aroma a amor abnegado por la carne de su carne. La del encendedor afanándose en dar vida a la vida que se concentra en una candelería tiene sabor a paciencia. La del capataz a la hora de llamar es la de una tensión privilegiada que buscará su huella en la foto del día después. El Miércoles Santo tuvo ayer una mirada brillante que se coló en la pupila de la ciudad, y ambos sabemos -la ciudad y yo-, que tardaremos mucho tiempo en olvidarla.
Cuando uno se acerca a ver a la Hermandad de la Granja por las avenidas de las lejanías, uno ve un arco iris de gente rodeando al Señor, a los nazarenos, a la banda. Es una romería urbana que se sobrepuso a la calor y que acogió a todo aquel que a ella se acercó como una gota más de fe en el charco que fue creando alrededor de su recorrido al regalar izquierdos y prometer regresos. Tengo la sensación de que el centro se le queda pequeño. Su hábitat natural es el horizonte. Soberbia la Sentencia. Soberbia la COFRADIA.
La mirada de la Virgen de las mil batallas es delicada, emocionada, sencilla. Por el escalofrío de sus ojos se anticipa el engaño del cielo. Sólo necesitó un año más del Consuelo de su barrio y el del barrio de San Pedro para sentirse la dueña de las llaves de la ciudad.
Por el palio de malla de Patrocinio, Patrocinio no le pierde la vista al que trasladaron ayer sin escalera al Sepulcro de las tinieblas y al que le sobraba todo el ruido a su alrededor. Dios camina muerto por las calles, y todas las voces del mundo sobran en ese momento.
Hay miradas que deberíamos de cuidar un poco más. Ver a Dolores intentar romperse las enaguas de la pena y abrirse las manos para quitarnos una a una las espinas de la vida es una mirada que todos guardaremos de la jornada de ayer. La cofradía en la calle es un disparate sublime a la altura de la mirada del Señor Caído y apoyado en la piedra filosofal de esta ciudad que camina a pies juntillas a donde su Salud la lleve. No me gustó ver la recogida de esta hermandad salpicada de luces. Una lástima que no entendamos que hay miradas que sólo necesitan el reposo de la noche para respirar.
Y Amargura no respira. Ni siquiera suspira. Es una gracia de Rubens sin cuadro. Es un espasmo contenido. Es un mar estancado en la nada. Es una mirada que te atrapa por las costillas y no te suelta, te devora. La calle Naranjas es el contrapunto de una mirada que entre pétalos te hace entender que la Madre de Dios no sufre, se espanta. Y ni siquiera la plaza de las Angustias le alivia la demencia que propaga a los cuatro vientos al llegar a la medina de los Descalzos.
Y por último, la mirada del Prendimiento. Mirarlo a la cara es cortarse las venas del sentío por tres partes y no encontrar Desamparo posible para detener esa hemorragia de pellizco y duende que provoca el verlo. El barrio se pone guapo. Las promesas se saldan al acompañarlo. Las palmas exhalan bulerías. Y el olivo -aparte de arrancar cables-, se va abriendo el canal la piel para que Santiago no le eche de menos y lo mire con la esperanza de que se fue para volver, perfumado de saetas por el talle de su mirada.
Miércoles Santo… qué mirada más bonita me regalaste,… que regalo fue mirarte.
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