"Volver al tramo" por Álvaro Carmona

03/12/25 Cofrademanía Cofrademanía

En el mundo cofrade, donde “el tiempo se mide en cuaresmas y los recuerdos se escriben al compás de marchas procesionales”, existe un momento particularmente simbólico: el retorno al tramo. Ese lugar que un día se ocupó por antigüedad, por tradición familiar o simplemente por sentir el corazón latir con más fuerza cuando se abren las puertas del templo. El sitio que nos iguala a todos con número.

Durante años, muchos cofrades han desempeñado cargos de responsabilidad en sus hermandades: han sido parte de juntas de gobierno como fiscales, diputados mayores de gobierno, enlaces, servidores o auxiliares de confianza. Han cargado con la labor silenciosa —a veces ingrata, siempre necesaria— que sostiene la vida interna de una corporación. Horas de reuniones, decisiones difíciles, gestiones que no se ven y servicios que, desde dentro, ayudan a que cada Semana Santa esto sea posible. ¿Me entienden?

Pero todo cargo tiene su fin. Y cuando ese ciclo termina, queda una mezcla de alivio, nostalgia y una pregunta recurrente: ¿Y ahora qué? La respuesta, para muchos, es tan sencilla como profunda: volver al tramo. Volver al anonimato, cerca o lejos de los pasos, donde corresponde, donde toca.

Volver al tramo es regresar al origen. Es reencontrarse con el sitio que la antigüedad señala, con los hermanos de siempre, con ese andar acompasado que no requiere más responsabilidad que la de acompañar al Señor o a la Virgen como un hermano más. Para algunos, es incluso un reencuentro emocional: disfrutar sin presión, vivir la estación de penitencia desde la calma, dejar que otros tomen el relevo natural del gobierno y, simplemente, ser.

Quienes vuelven al tramo lo hacen con una mirada distinta. Han visto la Hermandad desde arriba; ahora la viven desde dentro. Saben valorar el esfuerzo de quienes van delante, comprenden la complejidad de cada detalle y reconocen la importancia de que la vida cofrade se renueve constantemente. Su presencia se convierte así en un puente entre la experiencia y la tradición, entre lo que fueron y lo que vuelven a ser. ¿Es lo más saludable, no?

Y es que el tramo no es solo un lugar físico dentro de la cofradía. Es un símbolo de pertenencia, una forma de entender que, más allá de los cargos y de los puestos, todos somos lo mismo: hermanos que caminan juntos. El tramo espera siempre, intacto, dispuesto a recibir a quienes un día se apartaron para servir desde otras responsabilidades.

Por eso, esta vuelta —aparentemente sencilla— tiene algo de homenaje silencioso. Es reconocer que la vida cofrade no termina con un mandato, sino que se transforma. Que la mayor recompensa de servir puede ser, precisamente, volver al sitio donde empezó todo. ¿O no es el sitio adecuado para seguir demostrando la devoción a los titulares?

Porque, al final, la esencia permanece: el capirote bien colocado, el cirio entre las manos, el silencio que envuelve las calles y un rezo callado en lo anónimo de la túnica.

Y ahí, en ese instante, al fin y al cabo, todos volvemos a nuestro verdadero lugar: al tramo. “Del tramo eres y del tramo te irás…”

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