Llegó sin hacer ruido, muy diferente a como se fue. No fue un adiós para siempre, pero en aquel momento se sintió como si lo fuera, pues lo que pareció que acabaría pronto, se alargó demasiado.
Demasiado miedo, demasiada angustia, demasiada incertidumbre, demasiado sufrimiento, demasiadas muertes.
Fueron demasiadas las cosas que sucedieron en estos meses desde que se despidió. Tantas que se sentía tan lejano como si fuera un sueño.
Las campanas que tanto han sonado por nuestros difuntos en esto tiempos, nos hicieron despertar. Fue a las siete de la tarde, de un día otoñal.
Ese día volvieron a escucharse los sonidos de unos cerrojos que abrían un portón, los murmullos del nerviosismo que se palpa en el ambiente, volvieron las miradas impacientes, volvieron las lágrimas, derramadas ahora de alegría, volvieron los olores, los sonidos, el tacto del terciopelo, volvieron las imágenes. En definitiva, volvieron los sentidos, que un día por marzo de hace casi dos años, nos arrebató esta maldita pandemia.
Chipiona volvió a ser del Señor, y el Señor nos bendijo con su Misericordia.
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