''Ese Dios forastero de Juan XXIII'' por Andrés Pérez Montilla

Y por fin, tras veinte años de espera e incertidumbre, Dios habita en su nueva casa. Un hogar sencillo, pequeño, puede que hasta escondido y en el corazón de un barrio humilde como lo es Juan XIII donde nunca han entendido mucho de cofradías. Pero fíjense ustedes como son las cosas, que el Señor no ha tenido reparos en extender sus brazos llenos de bondad hacia unos hermanos nuestros recelosos de acogerle, al igual que nosotros con los refugiados que llegan a nuestras costas. ¡Qué lección de HUMANIDAD más grande!

Ayer, pude ver a un Dios arrodillado y lleno de ternura, llorar de emoción contenida delante de la residencia geriátrica del hospital San Juan Grande, donde lo esperaban sus predilectos, esos por los que valió la pena soportar feos o caras largas durante los últimos años. “Sabed que estaré con vosotros cada día hasta el fin del mundo” le oí susurrar, mientras estallaba un emotivo aplauso en agradecimiento por todos los favores recibidos. Sinceramente no me pareció una despedida definitiva, sólo un hasta pronto.

Y así fue como nuestro Salvador se encarnó momentáneamente en un pobre hombre sin hogar donde amar y sentirse querido, hasta que como ocurre cada Jueves de Pasión, llegó a la calle toneleros y… ¡Vaya recibimiento! El Señor de Bondad y Misericordia sabe de sobra que tiene ganados los corazones de sus vecinos y si algo han tenido claro los cofrades de su hermandad es que el alfa y el omega está allí. ¡Bravo por ellos!

Tras el reencuentro con los suyos, hubo tiempo de presentarse ante su feligresía, mientras algunas caras extrañadas preguntaban quién era el nuevo inquilino que iba a habitar la parroquia de San de Dios. Por si aún quedaba algún atisbo de desconfianza, quiso bajar de la parihuela para estar más cerca de su pueblo y terminar fundiéndose en un abrazo agradecido mientras avanzaba hacia el interior del templo, sonriente, enseñándonos una vez más, que si en este mundo de las hermandades y cofradías aún queda algo de verdad es gracias a Él.

Ahora toca seguir trabajando para hacer realidad ese sueño que comenzó hace veinte años y que ahora afronta una nueva etapa. Ha sido un placer ser parte de este trocito de vuestra historia –con final feliz además-. Estoy convencido de que el Señor de Bondad y Misericordia nos tiene deparados muchos buenos momentos como los vividos ayer.

¡Enhorabuena a la hermandad!