Jerez sigue sin tener el cierre a la Semana Santa, que la Semana Santa se merece. Tiene el que tiene, y con eso nos conformamos. Pero no es el cierre ideal. Todos los años lo repetimos, y todos los años nos reafirmamos. El cierre a la Semana Santa que empieza el mismo Viernes Santo, es maravilloso, festero, cofradiero.. pero no es el que debiera tener el día del luto.
¿Por qué? Pues basicamente, porque no es de recibo que en una Semana Mayor en la que ya contamos con 45 cofradías de penitencia, sólo la Hermandad de Loreto saque a la calle los mimbres propios de lo fúnebre, el día en el que toman todo el protagonismo las corbatas negras. Sólo una cofradía -preciosa en su contemplación, eso sí, por cualquier rincón por donde pase- ya que las otras cuatro que procesionan en la jornada, lo hacen envueltas en otro tipos de aires menos serios.
Cofradías como la que nos llega desde las Viñas, con su paso de misterio ya practicamente completado y el eco rotundo de los sones de 'la Sentencia' detrás, dejando en el centro esa estela de barrio grande que siempre rodea a las hermandades de largo recorrido. Luz, clamor, aplausos, móviles, twiters y demás, escoltando primero al Cristo exaltado sobre su Cruz en el imponente misterio ya realizado, y después a la dolorosa coronada de la Concepción, otra de esas 'Vírgenes alegres' que tanto aportan a nuestra Semana Santa. Por cierto, punto esencial del recorrido, un año más, el regreso bajo 'el puente' de la Avenida de Arcos. ¡Inconmensurable!
Cofradías también, como la del Cristo, este año emigrado a San Francisco por las obras en la Ermita de San Telmo, una hermandad que demostró que allá donde va lleva detrás a toda una legión de devotos, y es que no creo que la Plaza Esteve haya tenido en su vida tantas almas encima como este Viernes Santo, justo a la hora de la salida de la corporación. Inmenso el crucificado en su aparición desde el convento, e inmensa después la Virgen del Valle, tras una 'levantá' dedicada al joven Juanito, ese cofrade y alumno del Beaterio que quiso irse tan pronto a vivir en la Hoyanca eterna que hay por allí arriba. Así se plantó la cofradía de la Expiración en Jerez mientras muchos preguntaban si tenía que estar tantas horas en la calle, aunque la respuesta estaba clara: todas las horas son pocas para estar junto a Él. ¿No? Maravilloso el paso por San Miguel, con alto en la puerta de la parroquia, y luego en casa de monseñor Repetto, y luego en el convento de las Clarisas, donde las monjas cantaron a la Virgen. ¡El Cielo!
Cofradías como la de la Soledad, una hermandad absolutamente rotunda -una más- a la que no le sale del todo eso de ser protagonista de las negruras de la muerte, porque se siente más cómoda entre el rumor de las pleamares, que entre la sobriedad de las bajamares. No hay palabras para definir lo que se siente en la contemplación del misterio del Sagrado Descendimiento, puesto que no hay razones que acierten a comprender cómo se puede sacer a la calle ese paso, mezcla de museo y de velatorio. El velatorio de Dios. Tampoco hay palabras para definir la dulzura con la que se mueve ese paso de palio. Exquisito. Así que con semejantes mimbres, no queda otra que resignarse a un Viernes Santo sin los silencios deseables.. un momento.. porque llega la Soledad a la recogida, y suena 'La Madrugá' a cargo de la Banda Maestro Dueñas.. y.. ¡Dios mío! ahora sí. Esto es lo que estábamos buscando. Lo que llevábamos esperando desde que el Viernes abrió sus puertas a las cuatro de la tarde. Ahora sí es el día que ya echaban de menos nuestras almas. Ahora ya se ha callado Jerez.. ante Cristo muerto en los pasos.. y en los Sagrarios. ¡Qué bendición, y qué chicotá, Dios de mi vida!
Y cofradías, como la Piedad. Alfa y omega. Historia y pueblo. Tradición y modernidad, lo blanco y lo negro, lo genial y lo absurdo. Una hermandad preciosa y precisa en su contemplación, pero sobre la que es complicadísimo escribir, ya que se trata de una hermandad que saca a la calle dieciocho ciriales en señal de duelo profundo y doloroso, pero que al mismo tiempo hace sonar cornetas sonoras -sonorísimas- detrás de la Urna funeraria del Señor. Una hermandad que convoca un acompañamiento riguroso, luctuoso, respetuoso y silencioso por calle Larga, y al mismo tiempo comanda sus cuadrillas con órdenes en voz alta, propias de un Domingo de Ramos. ¿Es este el Santo Entierro que queremos? ¿El Santo Entierro que Jerez necesita? Si es el que quieren sus hermanos, no haré más preguntas, señoría.
Y se acabó. Así se fue una jornada que como resumen nos dejó la magia del Cristo, la elegante seriedad de Loreto, la fuerza cofradiera de Las Viñas, la miel deliciosa de la Soledad, y el exquisito gusto por lo raro de la Piedad... aunque eso sí, no nos dejó la impresión de ser el Viernes en el que la Iglesia recuerda a Dios muerto en la Cruz, por nuestras culpas..
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