Luz entre costeros

Dicen de la locura que es el peor de los males. Que se te cuela por las entrañas de la carne y que sin darte explicación alguna, te hace ver un mundo salpicado de golondrinas que no pertenecen a nuestros cielos. Pero hay Refugios que el alma busca para calmar sus ansias de querer correr y escaparse de este horizonte cuando la locura se apodera de uno. El Señor de Fátima lo sabe. Su cuadrilla lo sabe. Los sones de una Agrupación Musical coronada por Reyes lo supieron ayer…Y cuando todo eso recorre las venas de la ciudad, uno siente Paz. Saborea la Paz. Se alimenta de la Paz.

Pero la misma Paz te quiebra los huesos y rompe los romances de tus quimeras cuando sufres un año más al verla transitar de dolor tras el Señor del Cáliz. Duele ver ese palio caminar un año más de esa forma. Duele ver esa plata llorar chicotás tan cortas. Y me ha dolido verla sin corona. Tú no merecías salir de esa forma a mi encuentro. En la medida de lo posible, perdónanos porque no sabemos quererte. Ante el Señor de los tiempos los corazones se volvieron a achicar y la locura se volvió bendita. Las lágrimas que un año más sequé de mi rostro al ver cómo los costeros rompían a la luz del sol fue el saldo que tuve que pagar por sentarme a su mesa y traicionarle con mis silencios y mis impotencias. Judas al menos lo hizo por treinta monedas.

En la barriada de La Plata, la locura de la que les hablaba se quedó a vivir en un paño de verónicas. Es una hermandad que desabrocha el cajón de las usanzas y te hace partícipe de su felicidad de barrio. El caminar de la Virgen de la Candelaria este año ha sido la prueba de que cuando se quiere, se puede. Felicidades por ese trabajo.

Uno se acerca a buscar a Amor y Sacrificio a sabiendas de que va a traspasar la puerta de una realidad que casi no nos pertenece, pero que también conforma un pliego de nuestra raíz. Y al detenerse ante Ella, uno se envuelve en un silencio distinto,  solo roto por el peso de los ramos de flores que nos enseñan -un año más-, que la devoción es un locura que no entiende de estéticas o modas.

Y en el segundo tramo de la calle Tornería la Hermandad de la Viga dibujó un lienzo con dos puntos de fuga. Por un lado el vacío. Por otro lado la sonrisa. De un lado el peso de una Viga que carcoma los sentidos. De otro lado la ternura de una mirada que detiene el viento a su paso. A la siniestra el Hijo muerto, rendido, acabado. A la diestra la  Madre callada, tragándose suspiros, tratándose de explicar cuánto cuesta entrar en el Reino de los Cielos. Un reino de los cielos que no nos pertenece a menos que nos alimentemos en la tierra de la locura de un Hombre que dio su vida por nosotros en forma de Pan y de Vino.