''Todo es mentira'' por Álvaro Ojeda

Cuando empecé a crecer, jamás entendí por qué toda esa gente que me enseñó todo aquello, comenzó a dejar de aparecer por todos esos sitios donde nos veíamos cada primavera. No le daba importancia, y es que con un escueto comentario de mi padre, o algún mayor de la cofradía con un "es que tiene muchas cosas que hacer en casa y esta ocupado con la familia", aquel niño que llevaba el radiocasete junto a la parihuela de los Judíos, volvía a su rutina cofrade, sin darle más importancia a aquellas ausencias de los mayores.

Pasaron los años, y por fin vi al Rey Melchor ponerme los regalos en mi salón. Mi mente, ante el monarca, se abrió aquella mañana del mes de enero, y años después también supe en la barra de aquella barra pringada de alcohol, por qué el padre de mi amigo dejó de acompañarme poniendo música a los costaleros de mi cofradía. Y en aquella feria, pude comprobar que la corbata solo servía para aparentar lo que realmente no éramos.

Y pasaron los años, y he visto Rocíos en los que todo el mundo era rociero, hasta que el frío viento de la crisis se llevó los sombreros de ala ancha comprados para la ocasión, dejando sólos ante Ella, a los viejos que ya estaban desde los tiempos donde el vino se bebía caliente.

Ahora, con lo visto y leído recientemente, se hace fuerte en mi memoria la frase que compartimos aquella noche dos almas gastadas que vimos a Melchor ponernos los regalos hace ya más de tres décadas, dos personas que coincidimos en una frase que ahora querido amigo... gana rabiosa actualidad. 

Y es que todo, absolutamente todo... todo es mentira. 

Sólo Cristo... y Maria.